La delincuencia acecha desde distintos frentes y modalidades en la ciudad de Córdoba, aunque hay señales particularmente preocupantes sobre algunos entramados. Uno de ellos tiene relación con la cantidad de menores de edad integrados a bandas operadas por adultos, algunos de los cuales han pasado más tiempo presos que en libertad.
Otra variable de la impronta delictiva que escala casi a diario es la recurrencia de robos a choferes de aplicaciones de viajes. La modalidad de los atracos es algo elemental y lo suficientemente conocida como para que la Policía, la Justicia y las propias empresas no hayan acertado en un plan preventivo de probada efectividad.
A saber: alguien llama a la aplicación para contratar un viaje, pero una vez que el conductor del vehículo llega al lugar indicado es emboscado de manera violenta para sustraerle dinero o, directamente, el automóvil.
Como fruto de las tareas de investigadores judiciales como también de la Policía de Córdoba, a lo que se suma el aporte de personal de las empresas afectadas, se concretaron numerosas detenciones de ladrones.
Pero si bien asoman tenues señales conducentes a poner el problema bajo control, los atracos a choferes de las apps siguen su curso. En rigor, la misma dinámica criminal respecto de la inseguridad urbana que tiene a maltraer a los cordobeses.
Días atrás dimos cuenta que en los últimos años fueron apresados cerca de 60 jóvenes acusados de haber atacado a vehículos que usan la aplicación. A veces, los resultados suelen ser fatales, a manos de pandillas que se mueven con armas de fuego, jugadas a matar o morir. Basta recordar al chofer de 53 años que fue asesinado de un balazo semanas atrás en barrio La Carbonada.
Con todo, vale insistir sobre una problemática social que debe poner en atención a los tres poderes del Estado: el involucramiento de menores de edad en delitos de envergadura.
Es inadmisible que hayamos caído al sótano de la figura de menores “multirreincidentes” para referirnos a chicos de entre 13 y 15 años que se han descarriado como producto de la falta de contención (a veces descomposición) familiar y de la poca intervención de los estamentos oficiales en materia de educación.
Son chicos abandonados a su suerte, que terminan mezclados con adultos que, en no pocas ocasiones, los usan como señuelos para perpetrar robos. Sin ignorar que hay pibes que actúan sin “padrinazgos” y con una audacia temeraria.
No aporta a dirimir el desmadre social que la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) se enrede en polémicas con otros sectores por presuntas responsabilidades incumplidas.
Cómo no preocuparse cuando las crónicas nos dicen que un chico de 15 años arrojó una bomba molotov contra una comisaría, en medio de una trifulca de vecinos con la Policía.
Los robos a choferes de las apps y la intemperie de la infancia trazan un futuro incierto.