Bahía Blanca sufre los efectos devastadores del temporal que se abatió el pasado jueves sobre esa ciudad de la provincia de Buenos Aires. Una tragedia que, al mismo tiempo, abrió líneas de debates y conjeturas en materia de prevención.
Es decir, sobre la factibilidad y el fruto de esas medidas preventivas cuando en pocas horas caen más 300 milímetros de agua en una ciudad urbanizada y con una población cercana a los 350 mil habitantes. Esa es la dimensión en cifras de la catástrofe que azotó a Bahía Blanca.
Se podrá decir con acierto que la ausencia durante décadas de obras de infraestructura hidráulica acrecienta la posibilidad de que estos eventos causen desastres mayores y, por consiguiente, perjuicios irreversibles para la comunidad.
Es sabido, además, que los temporales de viento y de lluvias copiosas pueden arrasar con todo, pero más aún cuando las planificaciones urbanas, públicas y privadas se desarrollan sin control y sin respetar las más elementales disposiciones que nos pongan al menos a resguardo frente a los grandes siniestros meteorológicos o de cualquier otro orden.
Ya no se trata sólo de atribuir las inundaciones a los desmontes ilegales, sobre todo en zonas de bosques autóctonos y protegidos. Después de Bahía Blanca, es constatable que el peligro puede acechar también a grandes ciudades y sus alrededores, entre ellas la de Córdoba, sacudida por temporales que dejaron sus huellas de destrucción.
Son tiempos de acercarnos desde la ciencia a las relaciones que existen entre estos fenómenos naturales y el cambio climático global. Los expertos y pronosticadores avisan desde hace rato que estas mutaciones en el planeta que habitamos son atribuibles a la imprudencia humana y que ningún líder político puede desatender los riesgos que ello implica.
Vale añadir que, en un contexto de vulnerabilidad mundial y de las advertencias que difunden los foros internacionales, el presidente argentino Javier Milei relativizó el cambio climático, con el argumento de que hay datos científicos que contradicen esa postura.
Volvamos a Córdoba. Durante los primeros días de enero de este año, se registraron tormentas de cierta envergadura en la ciudad capital, con niveles de agua caída que oscilaron entre los 70 y los 80 milímetros. El nivel de La Cañada estuvo al borde del colapso y fue noticia de esos días pasados por agua.
Con la tragedia de Bahía Blanca como lógica referencia, surgió el interrogante: ¿qué pasaría con La Cañada si en la ciudad de Córdoba lloviera más de 300 milímetros?
El recuerdo del temporal del 15 de febrero de 2015 en las Sierras Chicas, y en atención a los estudios de los especialistas, se renueva por la necesidad de contar con alertas tempranas y, además, con la debida planificación y ordenamiento territorial.
Claro que el Estado no puede estar ausente. Es de una necedad inadmisible que el Gobierno nacional afirme que la reconstrucción de Bahía Blanca será tarea de sus autoridades.