El discurso del odio

Cuando el ministro de Economía de la Nación, Amado Boudou, dijo en Washington que la actitud de dos periodistas argentinos que cubrían la reunión de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI) era comparable a la de "los que ayudaban a limpiar las cámaras de gas del nazismo", volvió a superar todos los límites de lo tolerable. Y esto ya es práctica común entre las principales figuras del Gobierno nacional y del kirchnerismo.

Así lo entendieron, por caso, el diputado nacional Eduardo Amadeo, del Peronismo Federal, quien pidió su renuncia y calificó sus palabras como "un atentado a la vida en democracia"; la diputada radical Silvana Giudici, presidenta de la Comisión de Libertad de Expresión, que reclamó una retractación y un pedido de disculpas, y su par Adrián Pérez, Coalición Cívica.

Por su parte, Mario Burman, que preside la Organización Judía para el Diálogo Interreligioso, dijo que se trataba de "una aberración, un acto infamante y la banalización de algo tan dramático como el Holocausto".

Hay que ser claros en un punto: con renuncia, retractación o "mea culpa", el daño moral está hecho. Ayer, el ministro se justificó diciendo que usó "una metáfora inadecuada" para criticar a los periodistas, a los que no pidió disculpas e insistió en vincularlos con una campaña antiargentina. El jefe de Economía defendió sus agravios tras presentarse ante la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (Daia), entidad que en privado dijo que Boudou no convenció.

El ataque, grave e inexcusable para un ministro del Gobierno nacional, no es el único contra los medios de difusión, en lo que es una práctica sistemática que alientan la presidenta Cristina Fernández, su esposo, Néstor Kirchner, y los principales exponentes de la cúpula del oficialismo, quienes pretenden –con el insulto y la banalización de hechos históricos– congraciarse con los humores de sus jefes. En esa dirección pueden inscribirse los recientes agravios de Hebe de Bonafini y Hugo Moyano, entre otros. Ayer, la propia Presidenta atacó al CEO del Grupo Clarín, simplemente porque se conocieron buenas noticias en materia de comercio exterior y turismo.

La Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) se expidieron en varias oportunidades, al igual que legisladores y dirigentes de todo el arco opositor. Pero la campaña contra la prensa independiente no ceja y se extiende a otros ámbitos, como la empresa productora del insumo clave para los diarios, Papel Prensa SA.

Y no se trata sólo de los ataques a la prensa libre. El clima de crispación y violencia verbal a veces roza la violencia física. El país necesita más serenidad y respeto entre todos –y esto incluye a dirigentes de la oposición– para luchar contra lo que son hoy sus principales flagelos: la pobreza, la miseria y la enorme desigualdad social.