No ha sucedido en Suiza ni en otro de esos países europeos ante los cuales constatamos lo lejos que estamos de ciertas formas civilizadas de convivencia democrática. Fue en Chile: apenas contados poco más del 25% de los votos, la candidata de izquierda Jeannette Jara reconoció la victoria del ultraderechista José Kast y acto seguido se dirigió al centro de campaña de este para saludarlo.
Minutos después, el presidente Gabriel Boric también lo llamó por teléfono para ponerse a su disposición para los días de transición que sobrevendrán. Kast no fue menos: en su primer discurso, se refirió de modo elogioso a los gobiernos anteriores, sin formular distingo ideológico alguno.
Los hechos citados corroboran que es posible otra manera de entender la política y las alternancias que ella impone según la voluntad del electorado. Y es que los resultados electorales en nada deberían alterar la convivencia de las distintas líneas de pensamiento ni el respeto entre unos y otros. Es así en otras partes del mundo y también en Latinoamérica, tanto en Chile como en Uruguay. Baste decir, en este último caso, que en estos días se difundieron fotos del cumpleaños 90 del expresidente Julio María Sanguinetti, mientras brindaba con el actual presidente, Yamandú Orsi, y con los otros dos expresidentes vivos, Luis Alberto Lacalle y Luis Lacalle Pou.
No obstante esos ejemplos, entre nosotros se ha impuesto por décadas el desprecio del oponente, al punto de que los gobiernos entrantes dirigen buena parte de sus esfuerzos a achacarle al gobierno saliente todas las desdichas nacionales y abocan su energía a desmontar lo antes realizado, en el afán de cambiar un relato por otro. Una operación en la que los problemas de la ciudadanía quedan en un segundo plano y la dialéctica amigo-enemigo se vuelve una cuestión de Estado.
En los últimos años se ha discutido entre nosotros la cuestión de las formas y se justifican los malos modales como una simple cuestión de estilo, como si lo que se dice no expresara lo que se piensa. Sin embargo, la cuestión de que las formas traducen el fondo no puede ser soslayada.
Así, una presidenta saliente se negó a entregar los atributos de mando, un presidente entrante asumió de espaldas al Congreso, y los legisladores juran por las cosas más insólitas antes que por la Constitución y las leyes.
De tal manera, se evidencia que lo que está en juego no es una mera cuestión de exabruptos, sino la salud del sistema mismo, cuyas reglas de juego son sistemáticamente ignoradas o despreciadas.
Esa actitud vulnera las instituciones y a quienes, representándolas, exigen el cultivo de esas formas y el respeto por los procedimientos. Se trata, en suma, de la república, y nadie debería sentirse autorizado a colocarse por encima de ella.
Lo cierto es que Chile puede hacerlo, para envidia de quienes, como nosotros, vemos perdido el norte de las buenas maneras democráticas. En ese contexto, sólo nos queda alimentar la esperanza de que quienes comandan el país aprendan por el camino los modales que parecen no tener.























