No parece complicado inferir que la Argentina de estos tiempos está cruzada por dos realidades opuestas y a destiempo de lo que pregonan las autoridades nacionales.
Por un lado, el ministro de Economía, Luis Caputo, pidió “sacar los dólares del colchón”, en una suerte de blanqueo difuso. Desde otro costado, hay familias que no reúnen los ingresos para cubrir la alimentación diaria.
Sobre este punto, sería beneficioso que el poder central y las administraciones provinciales y municipales de todo el país tomen los recaudos para que el déficit alimentario no alcance conflictos indeseados.
Hay ejemplos que deben ser puestos en foco. Como informamos días atrás, el tradicional Colegio Alejandro Carbó, ubicado frente a la plaza Colón de la ciudad de Córdoba, solicitó por primera vez en su larga existencia que la Provincia lo incluya en el menú del Programa de Asistencia Integral (Paicor).
Se trata del plan de apoyo alimentario a alumnos y alumnas de los distintos niveles de educación que provienen de grupos familiares en situación de vulnerabilidad. El Paicor nació en 1984, a poco de iniciada la primera gestión de Eduardo César Angeloz como gobernador.
No pocas interpretaciones arrojó el pedido de auxilio del Colegio Carbó, que fue aprobado por la Provincia y que ya está en marcha en una primera etapa, con la atención a 700 estudiantes del nivel secundario.
Se trata, por tradición, de un instituto con matrículas mayoritarias de un alumnado típico de familias de clase media. Pero los tiempos cambian y las propias autoridades coinciden en un diagnóstico incierto en el país de “los “dólares en el colchón”.
“Existe una presión social por incorporar al programa de la clase media empobrecida. Personas que no llegan a fin de mes”, graficó David Consalvi, secretario General de la Gobernación, a cargo del Paicor.
El flagelo del hambre se verifica también en la proliferación de comedores y merenderos comunitarios, muchos de ellos sin posibilidad de respuestas por la gran cantidad de gente que se suma por un plato de comida.
Es cierto que para muchos estudiantes almorzar juntos es una saludable vía de comunicación y convivencia en la escuela; pero el fondo del problema está en otro lado: tener acceso a un almuerzo, a una taza de leche, que no siempre está disponible en los hogares.
Como señala el informe, en mayo suman 319.435 los beneficiarios del Paicor en la provincia de Córdoba, contra 271.519 que había en el mismo período de 2024. Y eso no refleja un crecimiento abrupto de la población escolar. Lo que creció es la necesidad de nutrientes en núcleos familiares expulsados de la clase media por programas económicos anclados sólo en la cuestión fiscal.
¿Qué hay que esperar para despertar conciencias cuando la propia vicedirectora del Carbó, Marcela Quevedo, advierte que hay chicos que se desmayan de hambre?
Hay que hacer algo antes de que sea tarde.