Un reciente informe del Centro RA (Centro de Estudios para la Recuperación Argentina), de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), arroja una señal de alerta que no puede ser ignorada.
Desde el inicio del gobierno de Javier Milei, el uso de tarjetas de crédito para adquirir productos básicos aumentó del 39% al 47% para las ventas en supermercados.
Esta cifra, en apariencia técnica, revela un drama cotidiano: cientos de miles de familias argentinas están financiando con deuda su alimentación, su limpieza y sus necesidades más elementales.
El trabajo de la UBA no se detiene ahí. Advierte que este fenómeno, sumado al aumento de la morosidad en los pagos, es una muestra clara de que la situación económica de muchos hogares sigue empeorando, pese a que los indicadores macroeconómicos comienzan a dar señales de mejora.
Aunque la economía muestra una recuperación desde abril de 2025 –con aumentos importantes en industria, comercio y construcción–, este rebote tiene más que ver con el impacto luego de una recesión profunda que con un proceso de crecimiento sostenido.
El diagnóstico de la UBA guarda estrecha relación con otro informe difundido hace dos meses, realizado por el Centro de Almaceneros de la Provincia de Córdoba, en el que se da cuenta de que el 91% de las familias argentinas soportan actualmente algún tipo de deuda: desde compras con tarjeta de crédito, pasando por préstamos requeridos a familiares, hasta créditos solicitados a alguna entidad financiera.
El cuadro es aún más preocupante cuando se considera que casi el 40% de las personas encuestadas aseguraron haber dejado de pagar alguna deuda durante el último año.
La coincidencia entre ambos estudios traza un panorama irrefutable: el endeudamiento ya no responde a consumos extraordinarios, sino a la necesidad de cubrir lo básico.
Se trata de familias que no acceden al crédito para invertir, crecer o mejorar su calidad de vida, sino para llegar a fin de mes.
Esto implica riesgos graves: caer en espirales de endeudamiento impagable, limitar la capacidad de consumo futuro y debilitar la cohesión social.
En este contexto, es imprescindible que el Gobierno nacional comprenda que los buenos datos macroeconómicos no alcanzan si no logran traducirse en alivio concreto para la vida cotidiana.
Una economía que crece mientras sus ciudadanos se hunden en deuda es una economía que no está resolviendo los problemas fundamentales.
El ajuste, por prolongado que sea, no puede ser eterno ni ciego. Debe venir acompañado de políticas activas de contención social, recuperación salarial y acceso al crédito en condiciones razonables.
La Argentina necesita una macroeconomía ordenada, sí. Y responsabilidad máxima de todos los niveles del Estado, incluidas las provincias.
Pero también necesita que esa estabilidad sirva para reconstruir el tejido social. De lo contrario, los logros estadísticos se verán opacados por el creciente malestar en los hogares, con consecuencias impredecibles tanto en lo económico como en lo social.
Porque cuando endeudarse es la única forma de sobrevivir, no estamos ante una mejora, sino frente a una emergencia silenciosa.