El exponencial crecimiento demográfico y la consecuente proliferación de nuevas áreas urbanizadas han planteado un dilema que no asoma como de sencilla remediación. Los desarrollos inmobiliarios avanzan sin pausa hasta ingresar en terrenos “ajenos”, que desde tiempos inmemoriales fueron el hábitat natural de la fauna silvestre.
Por ello, nadie debe sorprenderse por la aparición de un zorro, de un ciervo y hasta de un puma en inmediaciones de viviendas de un complejo cerrado más próximo a la espesura del paisaje serrano que al cemento urbano de las grandes ciudades. Por su parte, las comadrejas ya han ganado terreno en basurales y sitios baldíos de la ciudad de Córdoba.
No es novedoso observar algunas de estas especies merodeando zonas pobladas en busca de su subsistencia alimentaria y de un reservorio de agua. Pero los expertos que dieron su punto de vista para un informe que publicamos días atrás coinciden en que se trata de un fenómeno cada vez más frecuente a escala mundial. Y aclaran: con riesgos para la biodiversidad y, de manera potencial, para las personas.
Es entonces cuando emergen respuestas al dilema. Al respecto, Victoria Muccillo, titular de la Policía Ambiental de Córdoba, razona que el avance de las fronteras urbanas posibilitó que el zorro gris se vuelva más visible. Pero es tajante para concluir su argumentación: “En realidad, los nuevos habitantes de esos espacios somos los humanos”.
Es decir, si bien no se trata de entablar una convivencia doméstica con un zorro o con un puma, el desarrollo urbanístico global nos ha puesto ante el desafío de pensar en una suerte de nuevo vínculo con el mundo animal, tomando las distancias pertinentes en resguardo de la seguridad humana.
La pandemia por el Covid-19 nos entregó la más evidente muestra de animales exóticos de visita en zonas urbanas desiertas por el aislamiento social obligatorio.
Más acá en el tiempo, y sin el yugo de la peste encima, hace un par de semanas apareció un ciervo en el aeropuerto Ingeniero Ambrosio Taravella, de la ciudad de Córdoba.
No se trata de pura curiosidad. Los expertos entienden que el Estado debería involucrarse no sólo para el estudio de la problemática en cuestión, sino también en dirección a analizar la situación sanitaria de los animales silvestres que se acercan a las zonas urbanizadas. Ello en resguardo sanitario de la gente y de las mascotas de entrecasa.
Otro dato que no se puede omitir tiene que ver con la arraigada ilegalidad. En tal sentido, se incrementa el rescate y traslado a centros de albergue de numerosos felinos, sobre todo cachorros, que reciben asistencia veterinaria y alimentación bajo la tutela de la Policía Ambiental.
La fauna silvestre, aun en peligro de extinción, es parte trascendental de la biodiversidad y nadie puede abstenerse de su conservación. Pero el aludido expansionismo demográfico ha reducido su entorno natural. Con integración o sin ella, es prudente atender las recomendaciones, de modo de no lamentar infortunios.
