Como en un relato clásico del género negro, en el que un cadáver olvidado desata una investigación, el hallazgo de un cuerpo amortajado en el placar de un departamento de un edificio céntrico de la ciudad de Córdoba vuelve a borrar la línea que separa la ficción de la realidad.
El caso, que ha tenido gran repercusión pública en estos últimos días, expone una vez más la opacidad de un sistema que desde hace años ha olvidado rendir cuentas y dar muestras de eficiencia: la Justicia, obviamente, o –para no generalizar– algunos de los funcionarios encargados de administrarla.
Ello sin olvidar, por supuesto, que nuestro país tiene un sistema judicial que se le parece en demasía en sus defectos.
Fueron los albañiles contratados para reparar un departamento vacío de la calle Buenos Aires al 300 quienes encontraron el bulto acomodado en el placar y dieron aviso a las autoridades, que hasta la fecha no han podido identificar a una víctima de la que se sabe que sería una mujer de unos 30 años, y no mucho más.
En tanto, el contratante de los trabajos desapareció como por ensalmo, pese a no ser un desconocido para la Policía y para la Justicia.
Vale la pena detenerse en la sucesión de preguntas sin respuesta que el caso origina. En principio, porque el departamento había sido ocupado por un convicto hoy en Bouwer, el expolicía Horacio Grasso, sentenciado a 27 años de prisión por el homicidio de Facundo Novillo. El hecho sucedió en 2008 durante un tiroteo entre narcos. Luego Grasso fue beneficiado con una domiciliaria, tras 10 años de encierro, domiciliaria que violó más de una vez. Y eso no es todo.
Sucede que Grasso tendría una causa por violación, mientras que su hermano Javier, el contratante de esta historia, había sido deportado de Paraguay y afrontaba al menos un proceso por violencia de género.
La simple suma de estos datos indica que alguien, en algún estamento judicial, olvidó ciertas diligencias. O miró hacia otro lado.
Así como nada se sabe de la mujer del placar, hoy se ignora el paradero de Javier Grasso, quien pudo escurrirse sin dificultades y sin que al parecer a nadie se le haya ocurrido limitar sus movimientos.
Y a la hora de las preguntas, alguien debería responder por qué razón su hermano había obtenido una domiciliaria tras cumplir menos de la mitad de su condena, y recién cuando violó la prohibición de salir de su departamento llamó la atención de las autoridades, que hasta ese momento no habían reparado en la existencia de alguna otra causa que lo afectaba.
Un preso que probablemente no hable y un prófugo que quizá no aparezca permiten avizorar un futuro incierto para esta investigación, que suma torpezas y distracciones varias, mientras en la morgue un cadáver espera que lo nombren. Y otra vez la diferencia entre la realidad y la ficción es que en esta al final la verdad se sabe.