La inseguridad y la violencia urbana en Córdoba van marcando el pulso de una disociación social cuyos resultados trágicos advierten que nadie puede permanecer indiferente, sobre todo el Estado.
Si bien con el paso del tiempo se observan oscilaciones en cuanto al incremento o al descenso de hechos delictivos y de contiendas a mano armada entre bandas antagónicas, los números estadísticos no dejan de encender señales de preocupación.
Es complejo entender cómo las diferencias entre jóvenes y mayores que se conocen en la vecindad de un barrio (incluso con relaciones parentales) pueden desembocar en riñas a menudo fatales.
De la misma manera, resulta inexplicable la seguidilla de asaltos a escuelas, en algunos casos con una dinámica reiterativa incontrolable. Queda claro que no son sólo esos establecimientos los objetivos de los ladrones; los atracos se replican a gran escala y cada vez con mayor violencia.
Los malos antecedentes en materia de inseguridad y de violencia urbana son elocuentes. Al respecto, sendos informes que publicamos días atrás arrojan un panorama inquietante, tomando como referencia lo ocurrido durante los primeros meses de 2024.
En relación con la inseguridad, hasta la elaboración del informe sumaban 11 las personas muertas entre presuntos ladrones abatidos por la Policía, y víctimas directas de asaltos, en su mayor parte a viviendas. A este cuadro de situación, hay que añadir los decesos de delincuentes a raíz de choques y despistes en el alocado recorrido de la fuga.
A todo esto, continúa sin dirimirse la controversia respecto de si la Policía de Córdoba ha sido desbordada por el delito. Pero la escalada de episodios de criminalidad debe obrar como un llamado de atención, tanto para la jefatura de la fuerza como para las autoridades políticas.
Igualmente nocivo para una comunidad que, en su gran mayoría, desea vivir en paz, resultan los casos de violencia urbana verificados en riñas que dejan las secuelas de muertos y de heridos. Sucesos entroncados en el desmadre de la vulnerabilidad.
El informe periodístico de este medio da cuenta de que durante los cinco meses que van del año ya fueron asesinadas al menos 20 personas en emboscadas y en otros tipo de grescas en donde predominan las armas blancas y las de fuego de distinto calibre.
No se trata de vaticinar el caos inminente ni mucho menos, aunque las cifras de muertos en una batalla urbana que no encuentra sosiego remiten a otro motivo de preocupación colectiva, sobre todo para las autoridades gubernamentales de diverso orden.
Se viven tiempos complejos que agitan la descomposición social, pero hay que poner el empeño en bien de que una mera discusión en un boliche cualquiera (con la ingesta de bebidas alcohólicas de por medio) no culmine con un joven apuñalado. O que una guerra entre barras no se resuelva a los tiros sin medir las consecuencias.
En la mayoría de estas peleas fatales hay adolescentes involucrados. Y aun en medio de la crisis, la sociedad merece vivir en paz.
