Gran parte de la capital cordobesa sufre el fenómeno de la “isla de calor”, con un aumento promedio de 1,4 grados en los últimos 20 años. Así lo revela un estudio pionero, liderado por Elisabet Estallo, investigadora del Conicet en el Instituto de Investigaciones Biológicas y Tecnológicas (Iibyt), de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UNC.
Este trabajo, realizado con apoyo de National Geographic y próximo a publicarse en la revista Journal of Climate Change and Health, es el análisis más exhaustivo hecho sobre el tema en la ciudad.
El equipo de Estallo, que combinó imágenes satelitales de 2003 a 2022 y mediciones en terreno, detectó que una gran mancha térmica cubre buena parte del área central y pericentral, y se extiende hacia el noroeste, en barrios como Nueva Córdoba y General Paz, además del Centro.
En esos sectores densamente edificados, las temperaturas pueden superar en más de cuatro grados las registradas en zonas con mayor vegetación.
El fenómeno no da tregua de día ni de noche: mientras durante las horas solares el cemento absorbe calor, por la noche la superficie liberada del verde natural tarda mucho más en enfriarse.
El estudio también revela un fenómeno inverso, pero igualmente preocupante: la llamada “isla fría”. En invierno, sectores densos y sombreados por edificios altos registran temperaturas diurnas más bajas que en las periferias, lo que profundiza la amplitud térmica y genera impactos en la salud.
La “isla de calor” es un fenómeno derivado de la actividad humana, distinto de una ola de calor climatológica. Ocurre cuando se reemplaza la cubierta natural por cemento y hormigón, materiales que calientan más la superficie y retardan su enfriamiento por su inercia térmica.
Pero esto es mucho más que una cuestión de grados. Gracias al cruce de datos con indicadores sociales, el equipo de Estallo logró identificar hogares vulnerables superpuestos a las zonas más afectadas, lo que muestra cómo la desigualdad social se solapa con los efectos ambientales.
Es evidente que la ciudad de Córdoba necesita repensar su desarrollo urbano. Los hallazgos del equipo científico incomodan el discurso de densificación urbana, una idea que busca evitar la expansión sin fin hacia las periferias, con sus consecuencias de mayor costo en servicios y saturación vehicular.
Pero densificar no debe ser sinónimo de cemento puro. Debe incluir corredores verdes, cubiertas vegetales en edificios y espacios públicos que atenúen el fenómeno de las islas de calor. De lo contrario, seguiremos creando barrios donde el concreto actúa como trampa térmica, lo que amplifica el cambio climático y sus efectos sobre la salud.
Más allá de los mapas y las mediciones, la evidencia es clara: estamos ante un problema urgente.
Como asegura la bióloga Estallo, la solución exige algo más profundo que datos: necesita conciencia social y un cambio en la forma en que concebimos y habitamos la ciudad.
La Córdoba del futuro debe planificarse con la certeza de que cada lugar cuenta, cada espacio verde es un refugio y cada grado menos de temperatura puede salvar vidas.