La madrugada anterior a la masiva marcha federal que se realizó el pasado 1° de febrero, la Ciudad Universitaria de la ciudad de Córdoba amaneció con varios murales vandalizados. Las pintadas fueron directamente contra retratos de Sonia Torres, de Abuelas de Plaza de Mayo, y de referentes del movimiento obrero y de la comunidad trans de Córdoba.
Grafitaron con aerosol esvásticas y escribieron insultos sobre los rostros de referentes de derechos humanos.
Se trata de los murales que están en la Facultad de Filosofía, en Pabellón Francia y en el Parque de las Tejas.
Como era de esperar, el rechazo fue generalizado. Llegó desde el Rectorado de la UNC y desde los más variados sectores.
Ana Mohamed, decana de la Facultad de Artes de la UNC, recordó el dicho “Podrán arrancar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. Y agregó que estos hechos son “ecos del discurso del Presidente en Davos. Las palabras tienen consecuencias en la sociedad”.
En Davos, Javier Milei había dicho que “feminismo, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo, ideología de género, entre otros, son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles”.
Belén Altamiranda Taranto, nieta restituida y miembro de la Comisión Directiva de Abuelas de Plaza de Mayo en Córdoba, señaló: “Es muy triste y doloroso ver cómo crecen estos discursos de odio y desprecio”.
Emiliano Salguero, coordinador general de la Mesa Derechos Humanos de Córdoba, recordó que “acá hay una intencionalidad política de hacer callar las voces de abuelas y víctimas del terrorismo de Estado”.
“Esto no es un hecho aislado; se anuda a todos los ataques y violencias que estamos sufriendo las disidencias sexuales”, declaró Casandra Sandoval, integrante de Flores Diversas y periodista de VillaNos Radio.
Hay una investigación en marcha para intentar identificar a los responsables. Pero al margen de que eso se logre, estos hechos deben servir para que desde todos los sectores se ejerza una reflexión profunda sobre lo que se dice, sobre lo que se defiende y sobre lo que se ataca.
La libertad nunca puede ser una excusa para agredir. Resulta una profunda contradicción que, en nombre de ese valor tan caro a la humanidad, se propicien y pregonen discursos de intolerancia.
Las palabras pronunciadas por un presidente no se miden sólo desde lo individual, sino también desde la gran responsabilidad que conlleva su investidura, que requiere de máximo juicio y sensatez, y que debe procurar el bien común de toda la sociedad.
Desde hace décadas, la ciudadanía argentina convive en una contienda entre “nosotros” y “ellos”. A luz vista están los resultados de tantas divisiones.
Una sociedad no puede superar sus crisis sin una convivencia pacífica.
Un gobierno no enfrenta los problemas de un país si sus autoridades pregonan la intolerancia.
Una oposición nunca es constructiva si se dedica a odiar y obstaculizar, o bien a negociar sus silencios.
El verdadero cambio cultural es una deuda pendiente que no se salda de esta forma.