Tal como lo consignaba un reciente informe de este diario, la demanda de transporte público en la ciudad y provincia ha vuelto a ser de los niveles previos a la prepandemia, lo que no deja de ser un indicador del proceso de lenta recuperación de nuestra economía, sometida a una de las crisis más formidables que se recuerden.
Pero una buena noticia puede ser una mala noticia a partir de la constatación del simple dato de que no volvimos mejores.
Por lo contrario, los derivados de un problema que se viene arrastrando desde hace décadas sin que nadie acierte con el diagnóstico y el tratamiento no sólo permanecen, sino que se agravan, tal como puede constatarlo cualquiera que se asome a una parada de colectivos urbanos en horarios pico o compruebe las largas esperas de quienes viven en el Gran Córdoba e invierten cada día una media de tres horas de su tiempo entre viajes y esperas. Eso en el mejor de los casos.
O sea que hemos regresado a lo mismo de antes, para mayor crispación de quienes se preguntan qué estaban haciendo los funcionarios responsables en el orden provincial y municipal mientras los ómnibus no circulaban en el marco de la cuarentena más larga del mundo. Y para concluir, sencillamente, que se ha desperdiciado un tiempo muy valioso.
Los usuarios de ciudad y provincia padecen de un sistema con escasas unidades, bajísima inversión y tarifas que no se condicen con el servicio ofrecido. Porque son caras aun cuando se demuestre lo contrario, pues lo barato es carísimo cuando es deficiente y revela la incapacidad de todos los involucrados para pensar ya ni siquiera en el futuro sino en el presente. El resultado es la sempiterna política del parche, donde ya nada queda sin atar con alambre.
Igual se sigue discutiendo sobre las tarifas que ciertamente benefician al Área Metropolitana de Buenos Aires (Amba) a partir de subsidios monumentales, pero no es menos cierto que el sistema jamás estuvo a la altura, ni siquiera cuando los subsidios llegaban en tiempo y en forma. En otras palabras, con más tarifas y subsidios, el transporte de Córdoba seguiría siendo un arcaico superviviente de un pasado que podemos dejar atrás. Y si hiciera falta un botón de muestra para ratificar que todo es improvisación, la entrada en servicio de lo que tantas veces se anunció como Ferrourbano, con tarifas a nivel de regalo no mejorará en nada el sistema.
La pregunta que a todos nos desvela mientras la Municipalidad de Córdoba sigue empeñada en una municipalización del servicio –otra vez, el pasado– es si en los cajones de algún despacho hay un proyecto de revisión integral del sistema y, de existir este, cuándo los funcionarios habrán de reunirse a efectos de discutirlo y hacerlo viable. Quizá unos y otros deberían prestar atención a un dato no menor: siempre existe el riesgo de que se acabe el alambre.
