Uno de los trabajos más arduos para quienes ejercen la política como un medio de vida es, en muchos casos, el de la simulación. Se simula que se trabaja de manera denodada para el país; que se discuten cosas de interés público; que interesa el bien común... Sobre todo, se simula el honesto tratamiento de todas las cuestiones abordadas.
Esto último suele ser lo más difícil, lo que bien comprendía el eximio actor Laurence Olivier al sostener que “el secreto de una buena actuación es la honestidad: una vez que se logra fingirla, el resto es fácil”.
La muerte del papa Francisco ha sido el pretexto perfecto para que una vez más se retrasara en el Senado de la Nación el tratamiento del proyecto de ley de “ficha limpia”.
Una norma importante para la salud democrática, ya que se propone como objetivo sacar de concurso en materia electiva a aquellos dirigentes que tengan condenas firmes. Una norma necesaria que el contexto político nacional ha vuelto casi una antigualla, si se tiene en cuenta el tiempo transcurrido desde que se la mencionó por primera vez hasta hoy.
La nueva fecha es el 7 de mayo, con la intriga generada por el hecho de que no se sabe si se buscará aprobar lo que envió la cámara de origen o si se modificará el texto, lo que obligaría a una nueva intervención de la Cámara Baja.
Como fuere, nadie espera a estas horas que el tema tenga incidencia alguna en este año electoral.
Como para no defraudar a quienes siempre esperan una nueva demostración del escaso compromiso de no pocos de nuestros legisladores con la crítica realidad argentina, los senadores se han permitido sesionar con una muy baja frecuencia (cinco sesiones en lo que va 2025).
Es difícil suponer que la sociedad tolere de manera indefinida que, a diferencia de todos los trabajadores del país, los legisladores puedan eludir sus obligaciones sin perder un centavo de sus emolumentos. Una conducta que no deja de proveer de municiones a quienes avanzan sobre las instituciones so pretexto de combatir a la casta.
No es que nadie albergue demasiadas expectativas, toda vez que el toma y daca en torno al proyecto de ley ha servido para amontonar en la vidriera del Congreso los dislates de un oficialismo –que dice querer pero no se esfuerza más de la cuenta– y de una oposición refractaria, que negocia en los sótanos lo que se puede y lo que no se debe.
En el fondo, nadie ignora que un instrumento de la naturaleza de “ficha limpia” dejaría fuera de juego a propios y extraños, porque el adolecer de prontuario (algo muy distinto de lo que es un currículum) es un detalle que hermana a los representantes de buena parte del arco político nacional.
De allí la necesidad de actuar por interés. Y, como ya se dijo, lo más difícil para una buena actuación es fingir la honestidad.