Nuevas formas de entender y vivir la masculinidad están emergiendo entre nosotros. El desencadenante sería la paternidad, descubrir que el varón ignora por completo cómo desempeñar esa función y que la mujer, mientras tanto, despliega un saber hacer minucioso y delicado, que está pendiente hasta del mínimo detalle y siempre tiene respuesta.
Tal vez el saber femenino no sea tan completo. Es muy probable que ellas, sobre todo ante su primer hijo, se sientan impotentes en determinadas situaciones. Pero lo significativo y auspicioso es que no sean pocos los varones que, al atravesar estas angustiantes vivencias, opten por compartir el proceso con otros varones, a solas o con la asistencia de profesionales de la salud.
En plenas sierras cordobesas o en las grandes ciudades, de manera presencial o en modo virtual, muchos varones se reúnen para hablar sobre la paternidad. Comparten sus experiencias, expresan sus temores, admiten su falta de conocimiento, buscan establecer novedosos patrones de conducta.
En otras palabras, han comprendido que el cuidado de los hijos no es algo que depende exclusivamente de las madres porque ya viene marcado en los sexos por la naturaleza misma. Es consecuencia de una cultura que, por lo tanto, puede modificarse y replantearse para convertirse en una responsabilidad compartida.
De todo ello se desprende algo más importante todavía: si el saber de las madres no es algo innato ni predeterminado, sino una construcción permanente que parte de una disposición voluntaria, implícita en la decisión de ser madre, entonces la decisión de ser padre debiera dar lugar a esa misma disposición y búsqueda.
El patriarcado supo producir un sistema social donde la “función-mujer” estaba caracterizada por la reproducción y la crianza, mientras que la “función-varón” se vinculaba exclusivamente a la provisión material para asegurar el sustento del grupo familiar.
Este pernicioso esquema perdura en nuestros días, por ejemplo, en la legislación argentina, que regula las licencias por maternidad y paternidad: la primera es lo suficientemente extensa como para asegurar la presencia constante de la madre junto al recién nacido; la segunda es tan insignificante que simboliza cuán innecesaria resulta la presencia del padre.
Pues bien, la sociedad de nuestros días se mueve en otro sentido. No son pocos los países que han extendido e igualado las licencias por paternidad y maternidad. Hay casos, incluso, en que se le entrega a la pareja un cierto tiempo y se le da entera libertad para que defina cuántos días de ese plazo se tomará cada uno de ellos.
Además, los varones han empezado a darse cuenta de que hay una provisión más trascendente que la material: la afectiva. Un neologismo muy en boga lo señala con claridad: hoy, las jóvenes parejas hablan de maternar y de paternar, verbos que no son reconocidos por el diccionario de nuestra lengua, pero que indican por igual la importancia del cuidado desde el amor, la provisión de compañía, de contención y de afecto en el proceso de crianza.
Afianzar este cambio cultural nos hará, sin duda, una mejor sociedad.