A despecho de lo que ocurría a nuestros abuelos, que inauguraban la ancianidad a los 60 años, las personas mayores de estos raros tiempos están activas pasados los 70 y más, en un mundo que no los tiene en cuenta y en un país como el nuestro, donde se los ignora de manera oprobiosa, condenándolos a una indigencia mínimamente rentada.
Son las necesidades crecientes impuestas por un sistema jubilatorio tan injusto como depredado desde hace años las que llevan a nuestros mayores jubilados a imponerse la tarea del reingreso a la actividad en los oficios más diversos, en el afán de redondear un ingreso que la paupérrima jubilación mínima les niega.
De tal modo, dicho reingreso impone actualizar conocimientos y habilidades o simplemente adquirir aquellas que permitan desempeños de tiempo parcial. Casi todo ello ocurre, claro está, en las márgenes de un sistema laboral signado por una informalidad creciente.
No se trata ya de hombres y mujeres que quieren en su retiro mantener actividad física y mental, algo encomiable, como lecciones para aprender a bailar tango, estudiar un idioma, pintar o tocar un instrumento, entre otras materias previas que casi todos cargamos.
Se trata, esta vez, de personas mayores que hacen cursos de electricidad, carpintería o gestión comercial impulsados por la crueldad de una matemática que, en la era de insensibilidad magnificada, les obliga a elegir entre comer lo mínimo o adquirir medicamentos.
Lo corroboran los datos de la Escuela de Oficios de la Universidad Nacional de Córdoba, donde la demanda por distintas capacitaciones se incrementó en forma sensible en el último quinquenio por parte de mayores de 60 y 70 años, datos corroborados por la provincia a cargo de los cursos Córdoba me Capacita, como contamos en un informe reciente de La Voz.
En un mundo de madurez alargada y natalidad disminuida, muchos se preguntan cómo afrontar un nuevo escenario de poblaciones longevas, un tema que en Argentina parece no preocupar, en la convicción de oficialismo y aliados de que jubilados y jubiladas aún pueden esperar y de que las protestas de los miércoles frente al Congreso de la Nación sólo requieren un ínfimo gasto en seguridad.
Debemos encontrar una manera de incrementar el gasto jubilatorio sin desfinanciar a la Nación. No es posible, para evitar el déficit contable, caer en el déficit humanitario.
