Sólo se necesita algo de ingenio y de buena voluntad social para generar iniciativas que procuren atenuar las contingencias que afligen a diario a gran parte de la comunidad. Más aún si están particularmente destinadas a satisfacer a niños y a niñas que, en compañía de sus familiares, se encuentran en situación de atención hospitalaria.
Valga la mención para poner en recuadro la idea ya formalizada de dotar de un espacio de color y de entretenimiento a la sala de espera del hospital Infantil municipal, ubicado en barrio Alta Córdoba, de la capital provincial.
Es decir, se transformó la sala en un ámbito de entretenimiento y de aprendizaje para los menores que concurren a ese tradicional establecimiento.
La iniciativa genera optimismo desde su denominación: “Sala de espera sin espera” se llama este proyecto elaborado por docentes de la carrera de Enfermería de la Universidad Nacional de Córdoba y por personal del propio hospital.
Como dimos cuenta en un informe publicado días atrás, la institución hospitalaria municipal se ha planteado entre sus objetivos mejorar estos espacios, de modo de promocionar la salud y los derechos de los chicos y de sus acompañantes.
Más allá de la finalidad de la iniciativa, vale mencionar las fatigosas esperas en la atención que se suelen reflejar tanto en hospitales públicos como en clínicas de gestión privada. Sólo una atención por guardia puede demandar horas de espera, lo cual pone a prueba la paciencia colectiva.
El invierno que se prolonga y el clima adverso para la salud humana contribuyen a la expansión de enfermedades que afectan las vías respiratorias, sobre todo en pacientes menores de edad y en adultos mayores. En ese contexto, la capacidad asistencial agrava una crisis estructural en el ámbito de la salud pública que no está motivada sólo por la multiplicación de patologías estacionales.
Retomando el tema que nos ocupa, la colorida sala de espera sin espera del hospital Infantil apunta en algún sentido a mitigar aquellos plantones. Como señala Juan Maigua, licenciado en Enfermería y director del proyecto, los juegos y otros elementos didácticos disponibles no son únicamente para que los usen los niños, sino también para que participe la familia.
“El niño y sus padres juegan, crean un ambiente divertido, disminuyendo así el tiempo de espera y el grado de estrés que ello puede generar”, explica.
Lo plausible de estos progresos radica en que también se llevan a cabo en algunas escuelas públicas. A través de juegos y diversas formas de esparcimiento, niños y profesores de estas instituciones escolares también aprenden sobre salud.
Como aciertan en el diagnóstico los mentores de estas planificaciones, los beneficios psicológicos del juego reducen la ansiedad infantil durante los tratamientos médicos, además de aliviar ciertas situaciones emocionalmente complejas.
Sólo se necesita una pizca de ingenio y de entrega solidaria; y de hecho, de la competencia del Estado en su indelegable función sanitaria.