El Gabinete israelí aprobó la propuesta de un cese de fuego entre Israel y Hezbollah en el Líbano, luego de tres cruentos meses de enfrentamientos que provocaron, según las autoridades libanesas, 3.800 muertes y 15 mil personas heridas en ese país.
La decisión –tomada luego de que el primer ministro, Benjamin Netanyahu, se la presentó a sus funcionarios– llega tras intensas presiones y negociaciones de varios países.
El canciller de la Unión Europea, Joseph Borrell, había señalado que “el apoyo al alto al fuego es totalmente necesario. El sur del Líbano está completamente destruido. No queda nada allí”. “Hay una propuesta en la mesa, negociada por Estados Unidos y Francia, que da a Israel todos los compromisos de seguridad que pedían”, agregó.
Además, el contexto es el de una sociedad israelí agotada por los efectos políticos y económicos de tener que atraer cada vez más reservistas al conflicto.
De esta manera, al menos por 60 días se pactó una tregua en el castigado país con el que linda Israel en la frontera norte, mientras que la milicia proiraní Hezbollah se compromete a no arrojar más misiles a las poblaciones del norte israelí, como lo hace de manera incesante.
Netanyahu dijo que el alto el fuego dependerá de la situación en el terreno, y afirmó que Israel mantendrá “total libertad de acción” en caso de que Hezbollah infrinja el acuerdo.
Desde que el grupo terrorista Hamas perpetró la masacre del 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel, van casi 14 meses de enfrentamientos de las fuerzas militares israelíes con Hamas, en Gaza, y con Hezbollah, en el Líbano.
Israelíes, palestinos y libaneses conviven desde entonces con el terror de no saber si los bombardeos de un lado y de otro los convertirán en nuevas víctimas de un conflicto que parece inacabable.
Civiles de todas las partes sufren las terribles consecuencias de ataques y contraataques; y a medida que el tiempo transcurre y nada cambia, esta situación invivible se convierte en una penosa normalidad.
Ninguna lucha, por más loable que sea, justifica ninguna muerte.
Se trata de familias que merecen vivir sin pensar que en cualquier momento un misil puede caer en su ciudad, en su barrio, en su casa. Habiten donde habiten. Sean cuales sean sus creencias y religiones, sus orígenes, sus filiaciones, sus nacionalidades.
Tras el esperado acuerdo surge, también, la necesidad imperiosa de que se negocie un alto el fuego en Gaza, donde las consecuencias del conflicto han sido y son arrasadoras.
La paz no puede ser convertida en un término obsoleto que se aleja cada vez más de la realidad. Debe seguir siendo una meta que reflote las esperanzas en medio de tanta adversidad.
Las mayorías ciudadanas de estos países y territorios ya no toleran más guerras y odios. Son esas poblaciones las que soportan el peso diario y devastador de esta conflagración. Es hora de que sus líderes tomen nota y actúen en consecuencia.