Desde mediados de diciembre pasado, el gendarme argentino Nahuel Gallo permanece literalmente desaparecido en Venezuela tras haber ingresado al país para visitar a su esposa, de esa nacionalidad.
Si bien hace unos días circularon fotos y videos del gendarme, supuestamente difundidas a la prensa por el Gobierno chavista, solo en el plano conjetural el uniformado estaría alojado en una de las mazmorras bolivarianas que para el régimen de Nicolás Maduro administran los servicios de inteligencia cubanos.
No resulta fácil entender por qué el país caribeño autorizó la visita de Gallo para luego aprehenderlo bajo el cargo de espionaje, pero lo cierto es que el detenido se ha convertido en un peón de ajedrez en un tablero en el que juegan otros que, por momentos, parecen orbitar a kilómetros del problema.
Problema que es, vale recordarlo, la situación irregular de un ciudadano argentino en un tercer país.
Es en ese plano donde se advierte, por parte de los dos países involucrados, un juego confrontativo en el que la suerte de Gallo es un asunto de segundo plano y apenas el pretexto para agudizar un conflicto azuzado por los respectivos mandatarios al solo efecto de agitar banderías extremas, plenas de un ideologismo estudiantil e inútil para solucionar problemas concretos.
En ese marco, para nada ayudan las declaraciones estentóreas de alguna ministra enamorada de su rol disciplinador y poco suma la inexperiencia de una cancillería que desde hace un año viene abjurando de toda normativa diplomática, al amparo del desprecio por las formas que cultiva la actual administración.
Son esas formas de la diplomacia, generalmente ejercitadas en sordina, las que deberían primar por sobre los desvaríos verbales. En ese sentido, Argentina ha debido recurrir a los oficios de Brasil para que medie en la cuestión, obviando que el mismísimo Presidente de la Nación ha contribuido de la peor manera al enfrentamiento con Luiz Inácio Lula da Silva, su par e integrante mayoritario del Mercosur. Toda una paradoja.
Para salpimentar un problema que no necesita agravante alguno, nuestro país tiene suspendidas sus relaciones con Caracas, con cinco miembros de la oposición venezolana alojados en la residencia diplomática literalmente sometida a sitio. Si la ruptura de relaciones aún no se ha producido, es para que el lugar retenga su condición extraterritorial.
Como puede apreciarse, el panorama es de suma complejidad y requiere de interlocutores avezados y la marginación de toda forma de amateurismo.
Quedará para el futuro dilucidar cómo fue que la cúpula de la fuerza autorizó el viaje de Gallo, como si se tratara de un simple particular, ignorando que el viaje de un integrante de una fuerza de seguridad era un regalo que difícilmente los servicios venezolanos dejarían pasar por alto.
Pero el grueso error ya fue cometido, y en este momento sería deseable que se entendiera lo básico: que no se remedia un error con nuevos errores. Vale decir, que unos cuantos actores de reparto dejen por el momento de sobreactuar.