Alberto Fernández sumó varios errores a lo largo de más tres años de gestión, que se acentuaron en los últimos meses por una marcada incongruencia entre las ideas y las acciones.
La falta de coherencia es más visible debido al anhelo del Presidente por intentar un nuevo mandato, a partir de lo que evalúa como la falta de un postulante relevante en el Frente de Todos, tras la deserción de Cristina Fernández de Kirchner.
La última incongruencia fue protagonizada por el ministro de Economía, Sergio Massa, quien acordó una suba escalonada de las cuotas de los colegios de educación privada entre marzo y junio próximos.
Lo curioso de esa medida es que el Gobierno nacional no subvenciona la educación privada de nivel primario y medio, ni tiene establecimientos que dependan de las partidas oficiales.
El aumento de la matrícula de casi 17% en marzo y de 3,35% para los meses restantes deberá ser acompañado de mayores subsidios por parte de las provincias, que ya otorgan ayuda a este tipo de educación.
El Gobierno de Córdoba rechazó la intención de colocar estos establecimientos bajo el esquema de Precios Justos, al tiempo que calificó la acción como “marketinera” y peligrosa para la subsistencia de estos establecimientos.
Otro acto de propaganda lo constituyó el supuesto acuerdo para que las carnicerías cobren con tarjeta de débito, lo que supondría una mejora del 10% en los precios para el comprador.
La enorme mayoría de las carnicerías carecen de ese instrumento de cobro, además de las dificultades tributarias del esquema.
La preocupación está vinculada con el hecho de que una suba de precios en el mostrador puede complicar el índice de precios al consumidor, que el Gobierno intenta aplacar con una respuesta casi impracticable.
La última incoherencia fue el intento de relacionar el crecimiento económico con “la queja de que hay que esperar dos horas en los restaurantes”, según el ensayo de Alberto Fernández.
El fenómeno gastronómico, que está asociado con la buena temporada turística y con la concurrencia a espectáculos artísticos y deportivos, está relacionado, por contrapartida, con la inflación.
Más allá de los recursos de los que dispone un sector de la sociedad para esos consumos, los pesos en los bolsillos se gastan con rapidez para evitar la cotidiana pérdida de valor.
A la incongruencia entre la realidad y los deseos oficiales, hay que sumarle la banal discusión por las caras que debieran estar en los billetes de mayor denominación que los de mil pesos.
La clave sería discutir cómo bajar la inflación por un Estado que destina $ 50 mil millones mensuales para contener la protesta de los movimientos piqueteros, con resultados mediocres, en función de los piquetes y los cortes de calles que persisten y se intensifican en todo el país.
La disociación entre las promesas y las acciones concretas, así como entre el discurso oficial y la realidad, debiera obligar al Presidente a un mensaje equilibrado y respetuoso de la crisis que sobrellevan a diario millones de argentinos.