El mundo vive una inusitada preocupación por el destino de la geopolítica, debido a las agresivas medidas en vías de implementación por parte del nuevo gobierno de Estados Unidos.
Para poder dilucidar en parte esta preocupación, investiguemos cuál sería la situación ideal del comercio internacional, sobre la base de lo que más beneficiaría a todos los países y a quienes habitamos en este planeta.
Para ello nos internamos en los albores del nacimiento de las ciencias económicas modernas y observamos los designios de los grandes maestros, como Adam Smith, considerado paladín de la libertad económica y padre de la economía moderna.
Lo ideal
Smith fue un economista, un pensador que escribió sus ideas durante el siglo XVIII (1723/1790). El principal testimonio de sus pensamientos, avanzados para esa época, lo desarrolló en su obra La riqueza de las naciones.
Presentó allí la teoría de la ventaja absoluta, que considera el comercio internacional como resultado de la especialización de los países en aquellas actividades en las que tienen mayores ventajas.
También afirmaba que el comercio internacional libre y sin trabas dinamiza el crecimiento económico individual y, sobre todo, colectivo.
Decía en su obra algo muy cierto e irrefutable: que la riqueza de una nación proviene del trabajo y debe ser juzgada por el nivel de vida de la gente, no por la cantidad de oro y plata que tiene.
El mundo ha cambiado considerablemente del siglo XVIII hasta nuestros días, fundamentalmente por los avances científicos y técnicos y por el incremento exponencial del número de habitantes, lo que exigió la implementación de nuevas teorías y sistemas para aprovechar al máximo recursos naturales escasos.
Si simplificamos su pensamiento, Smith afirmaba que cada país debe especializarse en la producción de aquellos bienes y servicios que puede producir con menor costo, por su geografía, por la existencia de bienes naturales, por el clima, por costumbres ancestrales, etcétera.
De manera tal que el comercio internacional terminaría favoreciendo al mundo entero, pues los precios de los bienes y servicios serían, en cada caso, lo más bajos posibles y se promovería así una mayor creación de riquezas. Todo sobre la base de un comercio internacional libre y sin obstáculos de ninguna naturaleza, como serían las restricciones físicas o arancelarias que pudieran imponer los países comerciantes.
Pero esta ventaja comparativa fue desapareciendo por la preocupación de los estados de defender su producción nacional, por un lado, y por la avidez de obtener recursos de ese comercio internacional para fines políticos.
La realidad
Parece imposible volver a obtener aquella sensata forma de producir, comercializar y convivir. Retornemos, entonces, a nuestra actualidad, pongamos pie en tierra y observemos lo real y concreto de nuestros días, para determinar qué hay de cierto en la gran preocupación mundial frente a los anuncios de más gravámenes al comercio internacional por parte de la nueva administración del país del norte.
En primer lugar, hay que decir que el presidente Donald Trump no es un improvisado y, menos aún, un ignorante. Se trata, a todas luces, de un exitoso hombre de negocios y también de la política. Quizá por ello llegó donde está.
Creemos que su principal intención es el bronce. Y, equivocado o no, quiere llevar a su país donde pueda estar en todos los órdenes, en función de su enorme poderío.
Trump fue y es un brillante negociador, y seguramente con esa importante experiencia no dejará llegar la sangre al río.
Si observamos los aranceles que el resto del mundo aplica a Estados Unidos, el país estaba siendo saqueado por otras naciones. De hecho, los aranceles que se aplican a sus exportaciones son, en promedio, el doble de los que pretende aplicarles ahora Trump a sus socios comerciales.
Tampoco nos preocupan los grandes errores que quizá pueda llegar a imprimir Trump a su política, pues se trata de un país donde funcionan sus instituciones y estas no permitirán extremismos, en su caso.
Pensemos que esta nueva actitud es también una forma de recaudar, para atemperar el enorme déficit de Estados Unidos, causante de una gran emisión que, en su caso, no les produce inflación, fenómeno que generalmente sucede en cualquier otro país. Y no les acontece por el hecho de que su moneda es medio de transacción mundial y referente de ahorro, ¡un privilegio absoluto, que no quieren perder!
Esto recién comienza. Tomemos un tiempo para sacar certeras conclusiones. Los enemigos aprovechan, y quienes no tenemos suficiente información, desesperamos.
- Contador público, licenciado en Ciencias Económicas y exprofesor de la UNC