Los argentinos nos asomamos a un capítulo desconocido desde el regreso de la democracia. Tensamos al extremo la cuerda discursiva; elevamos a más no poder la gestualidad del desprecio político; insistimos una y otra vez en la práctica de llevar de modo sistemático el disenso a la protesta callejera; degradamos las instituciones; dejamos de espantarnos por los discursos de odio y finalmente llegamos al lugar donde creíamos que no íbamos a volver: al borde mismo de la violencia política.
El ataque contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en la puerta de su domicilio es el hecho político más grave desde que hace casi 40 años volvimos a vivir en democracia.
El ataque a Cristina Kirchner
Toda la dirigencia política del país parece haberlo comprendido de modo instantáneo. Se reiteraron los mensajes de solidaridad con la vicepresidenta y se condenó la violencia. Se manifestaron todas las voces que debían hacerlo; muchas de ellas son las que de modo cotidiano contribuyen a que el desencuentro y el conflicto sean el pan de cada día de los argentinos.
Cristina Kirchner -que pudo ser la víctima de ese disparo que no salió- es una de las protagonistas centrales de ese modo de ejercer la política.
La conmoción nacional por las circunstancias extremas a las que estuvo expuesta la vicepresidenta no aminora la responsabilidad que a ella misma le cabe: fomenta desde hace 11 días el descontrol en las puertas de su domicilio para manifestar su desacuerdo con una imputación judicial, y no condena las tropelías que suelen hacer sus propios seguidores.
Hace más de una semana que todo el país observa incrédulo la escena de descontrol en Recoleta, las vallas que se derribaron y no se volvieron a instalar y los tironeos absurdos entre la Policía Federal y la Policía de la ciudad de Buenos Aires, que finalmente terminaron en una situación de desprotección total de la vicepresidenta.
Todo el país también observa con descreimiento esa vigilia absurda: la segunda autoridad del país tiene garantizado su derecho a la defensa en la denominada causa Vialidad, como en todas las demás. Lo que no tuvo fue seguridad sobre su persona a raíz de esa manifestación permanente en la puerta de su vivienda.
Una escena lamentable. Un desenlace que pudo ser infinitamente peor.
