Hay vidas que no encuentran sostén. Ni en la familia, que se deshace entre el amor y la impotencia, ni en el Estado que no alcanza a cubrir la demanda infinita de las necesidades.
En ese vacío cae la persona adicta.
Es en ese vacío donde aparece otra estructura organizada, el narcotráfico. Un poder paralelo que, a diferencia de la familia y del Estado, no pide explicaciones, no exige trámites, no cuestiona. Ofrece pertenencia inmediata, dinero rápido.
Lo que el Estado promete con leyes y lo que la familia implora con lágrimas, el narcotráfico lo entrega con brutal eficacia.
Pero el precio es el alma.
Porque el narcotráfico funciona como una religión oscura que exige feligreses obedientes, devotos sin preguntas, seguidores que cumplan mandamientos que siempre conducen al mismo final.
Tiene su propio catecismo: la lealtad ciega, el silencio obligatorio, la violencia como sacramento. Una doctrina donde la vida vale menos que una deuda impaga o una orden incumplida. Y quienes caen en ese ordenamiento, son los lastimados, los solos, los vulnerables. Quedan atrapados en un destino que no admite redención.
No hay finales felices en el narco, porque el narco no está hecho para producir vidas: está hecho para consumirlas.
La persona adicta captada por ese sistema no solo pierde su libertad, pierde incluso la posibilidad de caer por sí misma. Ya no se destruye desde adentro: la destruyen desde afuera, la utilizan, la exprimen, la desechan. La tragedia deja de ser un accidente: se vuelve una consecuencia lógica.
La sociedad habla de decadencia, inseguridad, violencia, pero rara vez habla del vacío que permitió que todo esto ocurriera.
La tragedia no empieza cuando el adicto entra al mundo narco: empieza mucho antes, cuando nadie logró sostenerlo. La familia por falta de herramientas. El Estado desbordado. La comunidad por falta de empatía.
El narcotráfico entra por esas grietas como una fe que se predica con armas y se difunde con miedo.
La adicción necesita contención; el narcotráfico necesita soldados.
El final seguirá siendo trágico, como el crimen de Micaela.
Excura párroco
























