Es inevitable recordar la advertencia de Santa Teresa de Jesús: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. También Oscar Wilde, aunque muy a su estilo, formuló esta misma idea. Dijo el escritor irlandés que “cuando los dioses quieren castigar a los humanos, atienden sus plegarias”.
Para remachar la fatalidad de esta concesión a los ruegos, cabe recordar que Truman Capote puso el nombre Plegarias atendidas a su último libro, cuya publicación parcial le fue fatal, pues lo llevó primero al ostracismo y luego a la muerte.
No es la primera vez que la destrucción está precedida por el éxito, que el camino al fracaso está empedrado de conquistas buscadas con esfuerzo y logradas con euforia y alegría.
Nos referimos, claro está, al dólar, cuya estabilidad artificial celebran el Gobierno y gran parte de los operadores económicos, economistas y población en general. Y es razonable que así sea: la estabilidad del precio de la divisa es no sólo un síntoma, sino también una viga central de otros equilibrios macroeconómicos que pueden llevar al país a la normalidad, fundada en la estabilidad. Si el dólar se muestra inestable y sensible al alza, entonces tiembla toda la estructura.
Los precios reciben el impacto, desaparece el crédito, nada puede planificarse y vuelve el tiempo de la incertidumbre.
Muchos gobiernos han utilizado el control del tipo de cambio como un instrumento esencial de su estrategia antiinflacionaria. Desde José Ber Gelbard y José Alfredo Martínez de Hoz hasta la convertibilidad de Domingo Cavallo.
Pero Celestino Rodrigo, Lorenzo Sigaut y Eduardo Duhalde siguieron, respectivamente, cada una de esas experiencias. Y cada uno de ellos desanduvo el camino trabajosamente recorrido. Transitamos un nuevo intento que se vislumbra como exitoso, probablemente a lo Pirro.
El triunfo de la política
Porque, seamos claros, la flexibilización parcial del cepo cambiario de ningún modo significa que el tipo de cambio vigente sea el de equilibrio. El precio de la divisa no está establecido por el mercado, sino, en lo esencial, por el Gobierno, que lo quiere aplastado para cumplir sus objetivos políticos: que los comicios de octubre le sean favorables.
En esto, el Gobierno está razonando como “casta”, no con el rigor económico de un liberal austríaco. Este mecanismo de utilizar el tipo de cambio como anclaje de la inflación equivale a un virtual control indirecto de precios.
El ideario liberal lo desaconseja, como muchas veces lo ha explicado el propio Javier Milei. Un par de años atrás, el Presidente afirmaba que apelar al Fondo Monetario equivalía a un fracaso, porque ese organismo convalidaba políticas que no se podían sostener con los recursos propios de la economía a la que asiste.
El Gobierno tuvo que esperar que el FMI pusiera sobre la mesa U$S 15 mil millones para animarse a flexibilizar el control de divisas. Pero, además, subió las tasas de interés, estableció franjas de variación y consiguió el respaldo amenazante del secretario del Tesoro de los EE.UU.
En realidad, y parafraseando a Carl von Clausewitz, podría decirse que este sistema pergeñado por el Gobierno equivale a la continuación del cepo por otros medios.
Pan para hoy
Quizá la característica esencial del populismo consista en sacrificar el futuro a fines de lograr éxitos palpables en el corto plazo. Eso está pasando con el tipo de cambio. El festejado éxito supone una hipoteca que deberá ser levantada en el futuro.
El Gobierno está imponiendo un tipo de cambio artificial. Crea la sensación de que somos un país desarrollado cuyos habitantes encuentran barato viajar al exterior, y resulta caro para los extranjeros que nos visitan. En nombre de conveniencias políticas, abdicó de sus convicciones robustas y estrictas que abrevaban en los rigurosos enunciados emitidos por el liberalismo clásico, en su versión más dura.
Suele suceder. Se llama “realismo político”. Las teorías se dejan a un lado cuando toca a la puerta la testaruda realidad, en este caso bajo la forma de necesidad política. Si hay que parar la inflación para ganar las elecciones, que se haga como sea, aun contradiciendo el pregón de muchos años. Si es preciso decir ahora lo contrario a lo que decíamos hace pocos meses, no importa. La política manda.
En todo caso, lo importante es que vayamos tomando conciencia de que, por este camino, el país se adentrará en problemas de los que en algún momento habrá que salir mediante dolorosas rectificaciones y correcciones de rumbo.
Porque el tipo de cambio crecientemente disminuido y cada vez más lejos del de mercado no puede durar para siempre. Ni es conveniente que así sea. Se argumenta que la búsqueda de la mejora en las exportaciones debe buscarse en un aumento de la productividad, disminución de impuestos u otras variables locales, más que en una mejora cambiaria. Y esto es verdad. Pero previamente habría que dejar que el dólar pueda estabilizarse en una situación de libre flotación.
¿Que esto abre la puerta a nuevas turbulencias? Puede ser. Pero ese es justamente nuestro problema: que no existe otro camino sólido hacia la estabilidad permanente.
Por el momento, parece ser tiempo de que quienes no están de acuerdo con el rumbo emprendido dejen paso a la euforia ajena y se retiren de escena, mientras mascullan, por lo bajo, eppur si muove.
- Analista político