Javier Milei inauguró el año electoral enunciando su principal eje discursivo para 2025. No lo hizo a través de ninguna red social, sino mediante una columna de opinión en un diario nacional. Escribió como economista para postular que este año la Argentina retornará a la senda del crecimiento.
Hasta el momento, venía haciendo foco en otros urgencias: la desaceleración de los precios a través de una política drástica de reducción del déficit fiscal y de la emisión monetaria. Con su escrito con las proposiciones para el año nuevo, Milei avanza hacia la siguiente etapa: los efectos virtuosos de la estabilidad para la reconstrucción económica.
Hay algo tácito en lo que instala Milei con esta idea como centro del debate político. Eso que se admite como dado es que el Gobierno consiguió en 2024 una baja de la inflación a un ritmo más rápido del que preveían todos los economistas de nota. Milei habla desde esa posición. Por eso se considera con autoridad suficiente como para proponer aquello que visualiza como una segunda etapa del programa económico.
En ese marco, es interesante observar tres presupuestos que Milei postula como condiciones necesarias para el crecimiento. El primero es sostener la estabilidad, algo que para el Presidente implica equilibrio fiscal, monetario y externo. “Brecha cambiaria, pérdida de reservas y endeudamiento constituyen un cóctel explosivo”, sostiene. El segundo presupuesto es la confianza: la reducción del déficit fiscal es lo que ha generado la caída abrupta del riesgo país. La tercera condición es la reforma estructural para que funcione una economía de mercado. Pone como ejemplo el DNU 70/23 y la ley Bases.
La proposición de Milei tiene mucho de contenido teórico, pero llega al debate político con una novedad pragmática. Mientras el Presidente enunciaba sus ideas, el Banco Central cerró su primera operación de toma de deuda pública en divisas, algo que estaba vedado desde hace tiempo porque la tasa excesiva por riesgo país cerraba en los hechos el acceso a cualquier financiamiento privado.
El Central anunció una operación con cinco bancos privados por 1.000 millones de dólares, a una tasa fija equivalente al 8,8% anual, con un plazo de dos años y cuatro meses, y garantía de títulos públicos.
Se trata de una operación que se venía rumoreando como algo posible desde que el riesgo país perforó la barrera de los 800 puntos básicos. Se concretó cuando ese índice -que elabora el banco J. P. Morgan- se acercó a los 600 puntos. Como hay bonos en garantía, la operación se hizo a un costo menor a la sumatoria de la tasa de interés testigo (la que se paga en Estados Unidos) más la sobretasa por riesgo país.
El Banco Central de Milei explicó que el préstamo adquirido incrementa la flexibilidad para mitigar “desbalances que pueda haber entre la oferta y la demanda de divisas en el mercado de cambios local”. De esta forma, el Central “reduce los riesgos en torno a la implementación de sus objetivos de política cambiaria y monetaria, y facilita el anclaje de las expectativas económicas”.
Traducción
¿Cómo se traduce esta aclaración? Para entenderla hay que deflactar un poco el optimismo de aquella proposición de Milei que parece dar por precluida la primera etapa de estabilización económica y pone proa al objetivo del crecimiento. La desinflación fue obtenida no sólo con el ancla fiscal y monetaria, sino también con el ancla cambiaria: la existencia de un dólar regulado por el cepo.
El Central está sumando reservas para cumplir con los compromisos externos. El más agobiante: la deuda con el FMI. El Fondo Monetario es al mismo tiempo el acreedor más importante en volumen y el proveedor de asistencia financiera a la que el Gobierno aspira mediante una reconsideración del programa de vencimientos vigente.
Los dos objetivos -acumulación de reservas para evitar un ahogo del frente externo y dólar anclado sin sobresaltos para despejar cualquier expectativa de rebrote inflacionario- son claves del año electoral. Todo el andamiaje político del Gobierno se asienta en el respaldo social que mantiene porque cumplió antes de lo previsto con la promesa de frenar la aceleración de los precios.
Dicho en otros términos: las aspiraciones políticas de Milei dependen de que converjan con éxito para el electorado dos factores: precios estables y reactivación económica. Lo primero está hilvanado, no atado. Lo segundo, como él mismo lo explica, depende de lo primero.
Aquí es donde reaparece para los economistas el verdadero debate del año electoral, antes del despegue hacia el crecimiento: cómo salir del cepo cambiario sin que el dólar se dispare e impacte en los restantes precios de la economía. No sólo por el principio doctrinario de que no existe economía liberal con cepo, sino especialmente porque la desinflación no ha sido resultado exclusivo de la corrección del déficit y la emisión monetaria: también del manejo regulado de todos los tipos de cambio.
Esto es lo que viene diciendo Domingo Cavallo, al advertir sobre la apreciación real del peso en un contexto externo donde todas las monedas se están preparando para un tiempo de dólar fuerte y caída en los precios de las exportaciones agropecuarias. Cavallo recuerda que la apreciación excesiva del peso en los tramos finales de la convertibilidad transformó la estabilidad en deflación, y la deflación en depresión económica. Por eso insiste en iniciar la salida del cepo en el primer trimestre de este año.
Para el autor del último plan exitoso de estabilización económica, la salida del cepo puede provocar un salto cambiario, pero no necesariamente interrumpir el proceso de desinflación, si se toman medidas paliativas como reducir las retenciones o los aportes patronales. Cavallo entiende que postergar la decisión sobre el cepo irá aumentando las expectativas de que el salto cambiario será inmediatamente posterior a las elecciones.
Como los mercados se anticipan, esas expectativas se trasladarían para antes de octubre, poniendo en riesgo el respaldo político a Milei y su programa de reformas.