Jorge Luis Borges definió magistralmente su relación con Buenos Aires al sostener que “no nos une el amor, sino el espanto. Será por eso que la quiero tanto”.
Me atrevo a parafrasearlo al referir la relación que los latinoamericanos tenemos con los conceptos de derechos humanos y de democracia.
Históricamente, salvo algunas excepciones como Uruguay y Costa Rica, no los hemos respetado demasiado.
Sólo nos aferramos a estos conceptos luego de atravesar el peor período de nuestra región, cuando las dictaduras fueron lo suficientemente sangrientas y perversas como para entender que sólo aquellos dos conceptos nos preservarían algún futuro posible.
Sin embargo, surge una luz de preocupación en cómo cada sector interpreta hoy estos conceptos.
El caso más evidente y preocupante es el que nos deja el resultado de la primera ronda de elecciones presidenciales en Chile, el fin de semana pasado.
En la segunda vuelta prevista para el 19 de diciembre, los chilenos deberán escoger entre dos extremos que, lamentablemente, no parecen coincidir en la mínima noción de los conceptos que referí al principio. Para José Antonio Kast y Gabriel Boric, los términos democracia y derechos humanos no tendrían la misma acepción.
Kast reivindica el legado de Augusto Pinochet y se presenta como una barrera frente al peligroso comunismo, rechazando de plano algunas libertades que a los ojos de sociedades del siglo 21 deberían ser básicas.
Boric entiende que Cuba, Venezuela y Nicaragua son democracias plenas y que allí se practica una total defensa de los derechos humanos.
En medio de esta falta de medianía y moderación en el discurso, se da un hecho curioso para la región. Chile alberga la mayor comunidad palestina fuera del mundo árabe, de entre 350 mil y 400 mil miembros. Sus líderes, agrupados en la Federación Palestina, totalmente radicalizados y alineados con el discurso de la agrupación terrorista Hamas, están intentando importar un conflicto ajeno a la región. Han llevado al Congreso dos proyectos de ley dignos de ser incluidos en la legislación de Nüremberg.
Por un lado, con eufemismos, sostienen que un ciudadano chileno que hubiera cumplido servicio militar ante otra nación perdería su ciudadanía. Resulta patética la grabación del senador en la presentación del proyecto. Utilizando un pañuelo palestino, bromea refiriendo que no sabe cómo será el caso de chinos o coreanos, pero que a los judíos les caerá encima la norma.
A ello se suma otro proyecto rico en metáforas, que oculta la intención de boicotear las importaciones de productos y de servicios israelíes.
Boric mostró públicamente su apoyo a esta agenda.
Kast lo hizo con un poco menos de énfasis.
Una democracia es el gobierno de la mayoría, pero es tan fuerte como pueda garantizar el derecho de sus minorías.
Cuando los conceptos de democracia y de derechos humanos están en duda, ¿qué medios tendremos para evitar una escalada en esta dirección?
Estaremos atentos. Es hora de subir la guardia. El peligro es cierto.
* Director del Centro Simon Wiesenthal