Hace poco tiempo tuvimos una situación de definición de uso de suelo en la ciudad de Villa Carlos Paz que implicaba un nuevo impacto al mil veces impactado humedal El Pantanillo.
Eso nos llevó a un debate profundo sobre la función de la política y sus posibles alcances reales a la hora de mitigar errores pasados u obtener un grado de protección menor que el ideal deseado. El cambio climático es el desafío más complejo que enfrentamos como humanidad.
Estoy seguro de que es una situación acelerada por las actividades humanas contaminantes, y en este sentido el ambientalismo ha sido una de las voces más claras en la tarea colectiva por abordarlo.
Me siento parte de esa tarea colectiva que implicó un trabajo de investigación y denuncia en las últimas dos décadas.
Sin embargo, en los últimos años hemos visto emerger un fenómeno preocupante desde lo político: un ambientalismo dogmático que, lejos de ofrecer soluciones reales, se ha convertido en una suerte de militancia ambigua, que disfruta de todos los beneficios del progreso (celulares, rutas, automóviles, internet, aires acondicionados, lavarropas y vivienda en los lugares más prístinos), pero que ideológicamente se niega a discutir sin tapujos las consecuencias de abandonar o profundizar este modelo de progreso.
Algo tan simple como ¿seguimos o doblamos? ¿Qué pasa si seguimos? ¿Cuáles son las consecuencias de doblar y tomar otro rumbo civilizatorio?
Ambientalismo poco democrático
Este tipo de ambientalismo, ligado en general al territorio de la virtualidad, se caracteriza por la oposición sistemática a cualquier propuesta que no sea el “todo o nada”.
Además, desde lo político es muy afín a confundir posiciones fuertes, con discursos que rozan lo totalitario. Lo totalitario y lo reaccionario, aunque en la superficie suene progresista.
El ambientalismo que me parece poco democrático y poco inteligente es aquel que no dialoga, no escucha y no recibe ninguna sugerencia.
El problema radica en que este enfoque no sólo desacredita al movimiento ambientalista en su conjunto (que cuenta con colectivos y exponentes individuales que han logrado enormes progresos), sino que también abre la puerta a liderazgos que se alimentan del rechazo visceral, sin aportar alternativas viables.
¿Cuántas veces hemos visto a líderes autoproclamados guardianes de la naturaleza cuya única propuesta es “no hacer”?
No al desarrollo urbano; no a la energía eólica porque afecta aves; no a las presas porque alteran los ríos; no a las soluciones tecnológicas porque “industrializan” la naturaleza.
El “no” se ha convertido en su bandera, pero rara vez se acompaña de un “tal vez” que ofrezca caminos concretos para el diálogo que permita avanzar en alternativas y enfrentar la crisis climática, en un diálogo fluido y constructivo con el Estado o los actores del sector privado.
Otra de sus características más contradictorias es exigir soluciones y cambios a quienes están en el poder, pero jamás intentar disputarlo y mucho menos ejercerlo. Demandar, pero no mandar. Señalar, pero no colaborar.
El ambientalismo dogmático se empantana en un purismo que ignora la complejidad del mundo real. Pretender que podemos revertir el daño ambiental sin concesiones, sin diálogo y sin adaptarnos a las necesidades humanas y económicas es tan ingenuo como contraproducente.
Peor aún, fomenta un cinismo colectivo: quienes realmente buscan soluciones integrales son acusados de traición o de connivencia con “el sistema”. Los ensobrados del ambiente. Los expulsados de los círculos de elite verde.
Compromisos incómodos
Pienso que las consecuencias del cambio climático no se resuelven desde trincheras ideológicas, sino desde puentes que unan sectores, intereses y disciplinas. La verdadera sostenibilidad requiere compromisos incómodos, debates abiertos y un liderazgo que valore la ciencia y la acción por encima del discurso vacío.
Es momento de salir del pantano del dogmatismo y avanzar hacia un ambientalismo regenerativo, colaborativo y efectivo. Un ambientalismo en constante diálogo con el sector público y privado. En constante diálogo con el poder real.
Necesitamos líderes que no sólo señalen problemas, sino que trabajen incansablemente en soluciones; que entiendan que la oposición sin propuesta es un callejón sin salida. Porque si seguimos empantanados en nuestros pantanillos, el cambio climático no esperará por nosotros. No salvaremos ni los humedales, ni los lagos, ni los osos polares, ni los colibríes escarlata.
Si no reconsideramos nuestra posición de rigidez y salimos del dogma en pos de dialogar seriamente con el sector público privado que maneja el capital necesario para la reconversión, la adaptación mayúscula que necesitamos como sociedad para enfrentar ese cambio, que ya está aquí, será sólo una estampida de lamentos.
* Médico y ambientalista