Con sus idas y venidas, Donald Trump ha logrado sacudir la economía mundial en pocos días, pese a que ahora envió todo al freezer por 90 días.
Trump piensa que si protege la industria con altos aranceles, logrará que Estados Unidos mejore su posicionamiento mundial y vuelva a ser grande otra vez, tal como reza su lema electoral.
Un poco de historia
El proteccionismo arancelario ha sido siempre la estrategia industrialista de los países más débiles o relativamente retrasados. En sus comienzos, todos los países hoy fuertemente desarrollados fueron intensamente proteccionistas; entre ellos, los Estados Unidos.
En la cuna del liberalismo económico, Adam Smith valoró las actas de navegación de Oliver Cromwell y otras medidas igualmente proteccionistas y les atribuyó el crecimiento industrial británico. Su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776) no hace más que explicar que a la sazón, y al haber logrado Inglaterra ser el país más poderoso del mundo, la protección ya no la beneficiaba, sino que, por el contrario, le era perjudicial.
Para continuar con su expansión industrial, ahora necesitaba el libre comercio, pues en ese terreno nadie podía derrotarlos.
También Estados Unidos fue fuertemente proteccionista en sus inicios. La política económica del norte industrialista, triunfante en la Guerra de Secesión, era de altos aranceles.
Invitado a Mánchester, el entonces presidente Ulysses Grant (comandante del ejército triunfador en la guerra civil) escuchó las quejas de los industriales británicos porque sus productos textiles encontraban dificultades para acceder al mercado estadounidense.
Grant les respondió: “Señores, durante siglos Inglaterra usó el proteccionismo, lo ha llevado hasta sus extremos y le ha dado resultados satisfactorios. No hay duda de que a ese sistema debe su actual poderío. Después de esos dos siglos, Inglaterra ha creído conveniente adoptar el libre cambio, por considerar que ya la protección no le puede dar nada. Pues bien, señores, mi conocimiento de mi patria me hace creer que dentro de 200 años, cuando Norteamérica haya obtenido del régimen protector todo cuanto este pueda darle, adoptará definitivamente el libre cambio”.
Estados Unidos, China, Europa
Lo mismo ocurrió con Francia y Alemania. En este país, Federico List publicó una respuesta a Smith en su Sistema nacional de economía política (1841). Allí explica que la industria de lo que hoy es Alemania era débil y que, en caso de competir con la inglesa, sería arrasada. Por eso proponía fortalecerla a través de la protección, para luego, cuando se robusteciera, entonces sí abrirse al libre comercio.
En realidad, todos los países desarrollados siguen una política similar: compiten en aquellos rubros en los que se sienten fuertes y protegen sus producciones en los sectores que no se ven con una productividad que pueda soportar una competencia franca.
Cuando sienten que vulneran alguna norma internacional de librecambio, entonces apelan a barreras pararancelarias, objeciones sanitarias, razones estratégicas o cualquier otro argumento proteccionista.
Pero si bien el proteccionismo produce efectos beneficiosos en lo inmediato, termina restringiendo la expansión en el largo plazo. Ocurre que los demás países también protegen su economía, el intercambio global se reduce y, con ello, las economías de cada país.
Es el resultado natural de una guerra comercial como la que ha planteado Trump, en su intento de dirimir con China la primacía económica y política mundial, y de ajustar cuentas con Europa.
El presidente de Estados Unidos debería preguntarse por qué muchos consumidores de su país prefieren los autos europeos. ¿O ya ha dejado de creer en que la competencia es la vía para mejorar los productos y las economías?
En la Argentina tenemos una larga historia de proteccionismo industrial, inaugurada en los años 1930 como una necesidad del comercio exterior por la crisis mundial, pero elevada a la jerarquía de política económica por el peronismo en la década siguiente.
Los resultados son conocidos: industrias poco competitivas y dependientes de la protección; productos caros para el consumidor local; moderada o baja calidad.
Son los efectos de la protección cuando no es seguida por la apertura comercial que obligue a competir y, en consecuencia, a mejorar precio y calidad.
Fragilidades en alza
Mientras tanto, el gobierno de Javier Milei no pasa por su mejor momento. En la calle, la caída en las ventas se hace notar y eso crea dificultades crecientes. Con las derrotas parlamentarias, aflora la vulnerabilidad.
El retraso cambiario se acentúa y la presión sobre el dólar hace que el mercado vaya desconfiando sobre la permanencia de este tipo de cambio por un tiempo prolongado.

El Presidente está en un aprieto: por un lado, necesita mantener aplastada la divisa para que la inflación no se dispare y perjudique su performance electoral; pero por otro lado, cada vez son más los sectores que encuentran dificultades originadas en el retraso cambiario. Además, el FMI presiona al Gobierno para que, de un modo u otro, modifique hacia arriba el valor del dólar.
Todo hace pensar que Milei se aferrará con uñas y dientes a su política actual y tratará de llegar a los comicios sin arriesgarse a un golpe inflacionario.
Veremos si lo logra.
* Analista político