Cada vez con más frecuencia vemos en nuestros celulares y en la televisión noticias de eventos meteorológicos extremos. Tormentas severas, lluvias récord, inundaciones, daños materiales y, lo más grave, pérdida de vidas.
Algunos ejemplos recientes son las inundaciones en Río Grande del Sur (Brasil) y la Dana en Valencia (España), ocurridos durante 2024; y más recientemente, lo sucedido en Bahía Blanca (Buenos Aires) y en Texas (Estados Unidos).
Podríamos pensar que esto siempre ocurrió y que lo que cambió es el acceso a la información.
Si bien es cierto que hoy tenemos mayor visibilidad de estos fenómenos, la comunidad científica demostró hace tiempo que no se trata sólo de percepción: estamos ante comportamientos climáticos atípicos, consecuencia directa del cambio climático.
Como mencioné en el panel “Ciudades a prueba del futuro: planificar para la resiliencia climática”, en el que participé como invitado durante las reuniones anuales de las Asambleas de Gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Santiago de Chile, estos eventos representan “el final de la película”.
Allí referí también que, si queremos cambiar gran parte de lo que sucede, es clave actuar antes de que estos hechos ocurran, a partir de tres pilares fundamentales, como lo son la generación de datos confiables, el estudio de cuencas –su modelación y simulación– y la implementación de sistemas de alerta.
Contar con casi dos décadas de experiencia enfocadas especialmente en el primer punto, nos permite afirmar que la tecnología es la clave de hoy para poder medir de forma precisa la cantidad de lluvia precipitada, la infiltración en el suelo, y el caudal de ingreso en cauces y embalses.
Para cada una de estas mediciones, existen diferentes alternativas de obtención y transmisión de datos.
El conocimiento profundo de la cuenca permite simular escenarios y prever el impacto de un evento antes de que este suceda. En este punto juega un rol fundamental la comunidad científica asentada principalmente en las universidades y el Conicet.
Hoy se trabaja con distintas herramientas de simulación. Incluso se está incursionando con los “gemelos digitales” -digital twins-, réplicas virtuales de un terreno que permiten anticipar su respuesta ante distintos estímulos y condiciones de base. Por ejemplo, evaluar qué sucedería si llueven 100 milímetros sobre un terreno seco o uno saturado por lluvias previas.
Por último, el cruce entre datos reales y simulaciones permite alimentar sistemas de alerta temprana, fundamentales para que la ciudadanía conozca los riesgos en tiempo real y pueda actuar en consecuencia.
La medición del evento, combinada con el conocimiento previo de la cuenca, es el insumo clave para que estos sistemas funcionen de manera eficiente. Un gran ejemplo de esto es cómo se trabaja en los diques y los embalses de Córdoba hace algunos años.
No hay dudas de que estos eventos seguirán ocurriendo y el agua impactará en las ciudades. Pero si trabajamos con tecnología y de manera planificada en los tres puntos mencionados, el final de la película puede limitarse a menores daños materiales y, principalmente, evitar pérdidas humanas y sociales irreparables.
*Director de Omixom