En Gaza, la opción es morir de hambre o morir acribillado en una aglomeración por comida. Benjamín Netanyahu y su coalición expansionista y ultrarreligiosa empujan a los gazatíes al exterminio masivo y empujan a Israel hacia la sombra siniestra de la palabra “genocidio”.
Además de Hamas, nadie ha hecho más daño a las poblaciones palestina e israelí que el líder del Likud. También al judaísmo en la diáspora, así como a los pocos gobernantes del mundo que defienden acríticamente la guerra criminal de Netanyahu. Entre ellos, Javier Milei y otros ultraconservadores, cuyo silencio los convierte en cómplices de una atrocidad.
Establecer una diferencia entre “un Estado que se defiende” y la organización terrorista que perpetró el pogromo sanguinario del 7 de octubre de 2023 hace tiempo que no alcanza como justificación de las masacres de civiles y de la hambruna a la que los gazatíes están siendo empujados.
Ya no hay lugar para otras consideraciones. La criminalidad bestial de Hamás no alcanza como justificación. La guerra de Netanyahu y los jihadistas ha victimizado a una población civil entera. Dos millones de personas perdieron sus hogares y están famélicas. Primero, con bombardeos; y ahora, con acribillamientos masivos en las desesperadas aglomeraciones ante los centros de distribución de comida, arrastra a esa población civil a la atroz disyuntiva de morir de hambre o morir baleados.
La primera vez que los soldados dispararon a mansalva contra la multitud que se amontonaba por una ración de comida, Netanyahu dijo que fue accidental. Pero esas masacres se repitieron demasiadas veces para no sospechar de sistematicidad y de la forma elegida para disuadir a los gazatíes de que mueran por el hambre para no morir por las balas que llueven sobre las aglomeraciones por alimentos.
Netanyahu saboteó a la ONU y las organizaciones no gubernamentales humanitarias que están en Gaza, para que no distribuyan víveres. Así logró concentrar esa actividad en un solo ente distribuidor, que responde a su gobierno. Y cada vez que muchedumbres hambrientas se aglutinan de manera tumultuosa para recibir esas raciones mínimas, decenas de gazatíes mueren por ráfagas disparadas al montón.
Netanyahu está imponiendo una hambruna que diezmará la población gazatí. Eso, sumado a las decenas de miles de muertes por los bombardeos, implica un crimen de siniestras dimensiones.
Voces que se levantan
Los principales representantes del cristianismo en Medio Oriente se unieron para denunciar el exterminio de palestinos en marcha. Se trata del patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Jerusalén, que incluye Palestina, Siria y todo lo que se extiende entre las aguas dulces del Jordán y las aguas saladas del Golfo Pérsico, y del patriarca latino de Jerusalén, máxima autoridad de la Iglesia Católica de Tierra Santa.
Los dos unieron sus voces para denunciar la tragedia del pueblo palestino de la Franja de Gaza, arrasada por la operación lanzada por el Gobierno israelí como respuesta al pogromo sanguinario con que Hamás desató este infierno.
Esas voces ya están en el coro mundial que le dice al pueblo israelí que su gobernante está cometiendo un crimen aberrante contra un pueblo martirizado, y que ese crimen está causando a Israel el mayor daño que alguien le haya provocado en sus casi ocho décadas de historia.
El tono de la denuncia resalta el nivel de criminalidad que tiene la guerra entre Israel y Hamas, con la responsabilidad de Netanyahu y de la lunática organización terrorista que se oculta en los túneles de Gaza.
El patriarca Teófilo III y el cardenal Pierbattista Pizzaballa ingresaron al territorio para visitar La Sagrada Familia, la iglesia católica atacada por israelíes con un saldo de tres muertos y una decena de heridos. Pizzaballa calificó de “moralmente inaceptable” la guerra de tierra arrasada que se lleva a cabo.
Ambos líderes religiosos dijeron también que en el mundo no hay lugar para la indiferencia. “A la comunidad internacional le decimos: el silencio ante el sufrimiento es una traición a la conciencia”, expresaron.
El cardenal Pizzaballa resaltó el enérgico llamado del papa León XIV y dijo que “es un deber moral de la Iglesia denunciar con claridad y franqueza la política del Gobierno israelí en Gaza”.
Lo seguro es que Netanyahu y algunas poderosas organizaciones presionarán a gobiernos y a medios de comunicación para que clausuren a los periodistas, intelectuales, artistas, dirigentes y notables en distintas áreas, usando una vez más como instrumento para conjurar las denuncias y los cuestionamientos a sus acciones la infamia de acusar de antisemitismo a denunciantes y a cuestionadores. ¿Lo harán también con las iglesias cristianas que sumaron su voz a la del Papa? ¿Las calificará de antisemitas?
De ese modo, el primer ministro israelí embiste contra quienes hablan de su crimen cometiendo otro gravísimo crimen contra el judaísmo entero: la banalización del antisemitismo.
*Periodista y politólogo