Me siento privilegiada. Nací en un país futbolero, mi generación es la más inclusiva y entré al mundo del fútbol (antes, sólo masculino) para quedarme.
Por supuesto, todavía quedan prejuicios sobre nosotras como hinchas, como jugadoras e incluso como árbitros, pero nada me quita el privilegio de ser argentina, tener 16 años y adorar este deporte.
Por todo eso, me gustaría compartir algunas inquietudes.
En este país, la mayoría de las personas se identifica con un club. Viste sus colores, festeja ganar y sufre perder, hace chistes y soporta cargadas; hasta el ánimo semanal depende del último resultado.
Porque así es esta religión, que agita pasiones y que otorga la única identidad que no se negocia. Es más, pocos movimientos populares como el fútbol reúnen a personas de diferentes orígenes por el simple hecho de adherir al mismo equipo.
Con semejante influencia cultural, yo pregunto:
¿Por qué se escuchan –en la cancha, en un bar, en una casa– más insultos contra el rival que aliento al propio equipo?
La mayor parte del tiempo de partido se canta en contra del adversario (más si es el clásico rival), ¡cualquiera sea el resultado!
Me acerqué al fútbol buscando lo que llaman “espíritu deportivo”. Deporte viene de desporter, “divertir, complacer, jugar”, pero encontré otra cosa: poco juego y mucha bronca.
Un ejemplo son los insultos. Ante cualquier fallo adverso, la tribuna arranca con “Vamo’ a matar un referí…”. ¡Qué fácil es gritarlo escondido en la multitud! ¿Se animaría alguno de esos desaforados a repetirlo cuando queda solo?
Se les dice “muertos” a los jugadores que tienen un mal día; y a los odiados de siempre.
Opino (como adolescente) que la palabra muerte contradice la esencia del deporte.
El fútbol es vida porque es un juego; y en cada encuentro, los insultos ponen en peligro de muerte a exactamente eso, el juego.
También opino (como generación Alfa) que los cantos homofóbicos no van. No se dice gay u homosexual, se grita “Son todos p…, la p… que los parió…”.
La última vez que lo escuché, tenía a mi lado a un chico de unos 6 años, enardecido. Al ver cómo yo lo observaba, su madre aclaró: “Sólo lo tiene permitido acá”.
La violencia expulsó de las canchas a la hinchada visitante hace más de 11 años, aunque nada parece haber cambiado.
Exitismo
También me inquieta el endiosamiento del resultado. Ganar no es lo más importante, es lo único.
Se disfruta más un gol conseguido con la mano y en el último minuto del alargue que haber intentado jugar bien. La belleza del fútbol, sus gestos deportivos, sólo se admiran en compactos televisivos sobre Messi o sobre algunos partidos de la Champions.
No soy ingenua; sé que el motor principal del fútbol es el dinero, pero elegí el fútbol como un juego y no como un negocio.
Por eso rechazo que hablen de “la vergüenza” por haber conseguido “sólo” un subcampeonato, de la “mediocridad” de los equipos de mitad de tabla, y de “equipos chicos”, desde una soberbia basada en presupuestos.
Último comentario y no molesto más.
Somos muchos los futboleros/as a quienes el deporte nos pone a salvo de consumos problemáticos.
A un montón, nos enseña a jugar en equipo.
Y a muchos otros, el fútbol nos muestra un objetivo mayor que el de calmar el hambre cada día. Gracias por pensarlo.
La privilegiada.