A sólo dos años de publicado un artículo sobre el mismo tema en este diario, no sólo aquel contenido mantiene vigencia, sino que, en algunos aspectos, escala hasta lo espeluznante. Pero esta vez no se tratará de la inteligencia artificial (IA) en la academia y en la ciencia ni sus aplicaciones comerciales o jurídicas, ni sus aspectos éticos, que siguen sin ser analizados con seriedad. Sólo se tratará de “juegos”.
El libro Maniac, de Benjamín Labatut, una excelente combinación de ficción y realidad, trata el tema de la IA en el juego. En especial el go (juego-ciencia mucho más complejo que el ajedrez), creado en China en el siglo 23 antes de la era cristiana por Yao, el legendario emperador-sabio.
En efecto, mientras en el ajedrez cada movimiento puede continuar con 20 posibilidades, en el go puede seguir con 200 eventos. Cada partida de ajedrez termina en un promedio de unas 40 jugadas; en el go, lo hace en 200.
En ajedrez, luego de dos movimiento iniciales, existen 400 intercambios posibles, en el go ascienden a 130 mil. Mientras una partida de ajedrez puede durar horas, una de go puede extenderse un par de días.
En ajedrez se pueden jugar 10¹²³ partidas posibles; en el go se llega a 10⁷⁰⁰. Por si no fuera suficiente, las configuraciones que pueden adoptar las fichas del go fueron determinadas recién en 2016 y son unas 2¹⁷⁰ (¡un dos seguido de 170 ceros!).
La IA y los juegos
Sin olvidar al “robot de Leonardo” (siglo XV) o aquellos imaginados por la ciencia ficción de la última centuria, en la bisagra del presente siglo los robots se hicieron presentes en la industria y en administración de tareas complejas (inventarios, tránsito, microcirugía, etcétera), con el reciente agregado de la IA.
Como era esperable, en el desafío entre “ser humano contra máquina”, la IA también fue (es) protagonista. En 1997, la computadora DeepBlue (IBM) venció al campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov. Y en fecha más reciente, el sistema DeepMind derrotó al campeón europeo de go, Fan Hui, en 2016, y en el mismo año la computadora AlphaGo venció a Lee Sedol, campeón mundial de go.
A partir de estos últimos sistemas, y con el enorme poder de cómputo, velocidad y almacenamiento disponibles, los programadores se impusieron la tarea de profundizar en el desarrollo de estos sistemas. La idea fue hacer realidad la ambiciosa definición de IA, postulada como “máquinas que aprenden de las máquinas”.
Máquinas…, ¿sólo para jugar?
Todo comenzó cuando los desarrolladores de AlphaGo percibieron que, en la segunda partida por el campeonato mundial, la máquina había hecho un movimiento inesperado, inusual y no programado en absoluto.
El “movimiento 37” era contrario a lo observado en jugadores de go; era contraintuitivo, casi un error desde la mirada humana. Sin embargo, quedó demostrado que había sido genial.
Aunque la partida continuó tres horas más, hasta el “movimiento 211”, ya estaba ganada por AlphaGo desde mucho antes.
Para verificar si la máquina estaba “aprendiendo sola”, eliminaron de sus programas los algoritmos de todo conocimiento humano y las bases de datos de millones de partidas, y dejaron sólo un “esqueleto” sin conexión con saberes humanos previos.
Sólo le proporcionaron las reglas y la dejaron jugar contra sí misma. El resultado fue estremecedor. La nueva versión ganó un centenar de partidas compitiendo con AlphaGo, y venció en el 90% de las partidas frente a programas de IA considerados campeones mundiales de go, de ajedrez y de shogi (juego japonés más complejo que el ajedrez), sin que un ser humano la haya vencido en forma significativa.
Después de ocho horas de “entrenamiento”, el nuevo programa –denominado AlphaZero– podía vencer a Stockfish, el algoritmo de IA considerado el campeón mundial de ajedrez.
Los expertos aún no pueden explicar el fenómeno de autoaprendizaje, pero especulan sobre los factores psicológicos que los humanos ponen en marcha para desequilibrar a sus oponentes. La máquina carece de ellos; no tiene emociones; no tiene sentimientos ni misericordia; es inmune a la fatiga o al paso del tiempo, a la inseguridad o al miedo; no se siente turbada o intimidada, como tampoco registra el estilo, arte o belleza del juego.
Sólo aplica algoritmos a gran velocidad, con enorme capacidad de cálculo, que concluye en acciones estadísticamente adecuadas a los fines señalados en sus instrucciones. Los campeones mundiales (humanos) terminaron declarando que es imposible competir contra sistemas de IA en juegos que involucran urbanidad, modos y hasta una forma sutil de arte.
Salto al futuro
Según sus desarrolladores, la IA es la rama informática dedicada a crear agentes inteligentes, sistemas que pueden razonar, aprender y actuar en forma autónoma, con bases teóricas y métodos para conseguir máquinas que piensen y actúen como seres humanos.
Si se cambia de registro y se piensa en las posibilidades de autoaprendizaje de estos sistemas y su amplio espectro de aplicaciones, es sobrecogedor sólo imaginar las consecuencias que pueden acarrear en otros órdenes de la vida planetaria, no sólo en inocentes juegos de ingenio.
Lejos de catastrofismos, se podría pensar en un futuro enfocado hacia una mezcla explosiva de humanidad y algoritmos. Si un organizador de la civilización es el lenguaje –de allí surgieron las leyes y los mitos, los dioses y el dinero, el arte y la ciencia, las naciones y los imperios–, el lenguaje informático dominado por una IA no controlada podría apoderarse de la llave maestra de la civilización y del sistema operativo de la cultura humana.
El planteo de Yuval Harari en su libro Homo Deus merece ser considerado: “En el ajedrez, ningún humano puede aspirar a vencer a una computadora. ¿Qué podrá suceder cuando ocurra lo mismo con el arte, con la política o con la religión? Lo que sea que ocurra en el futuro no será por culpa de la IA, sino de la incapacidad, pereza y ambición de las personas, no de las máquinas”. Para pensar…
- Profesor emérito (UNC); investigador principal (Conicet) jubilado; comunicador científico (UNC)