–¿Fuiste una especie de Guillermo Vilas mujer en el momento en el que el tenis argentino adquirió su máxima popularidad?
–Claro, porque el tenis, antes de que Guillermo explotara a nivel mundial, no tenía la repercusión acá en la Argentina, era un deporte más. Y cuando Guillermo empieza a ganar todo lo que ganó, se da un gran impulso al tenis. A mí me relacionaban mucho con él porque, si bien Guillermo tiene como nueve años más que yo, fui la chica que llevó al tenis femenino a un lugar de privilegio en el mundo. Fue algo muy hermoso.
–Pero vos jugabas de antes que Vilas. El tenis te viene por una cuestión familiar.
–Por mi abuela. Mi abuelo paterno, de apellido Madruga, viene de España, de Salamanca, huyendo de la guerra de Franco, y conoce a mi abuela en Firmat. Mi abuela, que era una visionaria, decide venirse a vivir a Río Tercero, porque ahí pasaban las vías del ferrocarril y veía que iba a ser un polo industrial, con muchas posibilidades de crecimiento. Mi abuela empezó a jugar al tenis, era la única mujer que jugaba al tenis con hombres. Toda mi familia fue deportista. Íbamos al club, pasábamos los fines de semana, todo el día ahí, y jugábamos a diferentes deportes, no era solamente el tenis. Mi papá también fue un visionario porque me dijo que eligiera el tenis. A mí me gustaba el básquet, el vóley, la pelota del cesto. Yo ya era campeona sudamericana a los 12 años en el tenis, pero quería hacer pelota al cesto, un deporte colectivo. Y mi papá me dijo que lo siguiera como hobby, pero que me dedicara al tenis porque iba a tener más futuro. Y mi madre, que venía de otro palo, me llevaba a estudiar piano, y yo me quedaba dormida en el piano porque no me gustaba. Yo creo en el destino, y mi destino fue jugar al tenis.

–Era una época en la que el tenis, como otros deportes, estaba muy circunscrito a los varones.
–Por supuesto, pero no únicamente en el deporte, era cultural, era un machismo terrible. Solamente las mujeres de carácter podíamos enfrentarnos a los hombres y dar nuestras opiniones. Ese machismo en el tenis lo pude vivir de cerca. En esa época, no cobrábamos lo que cobraban los hombres. Eso no quiere decir que uno no ganaba dinero, pero nada que ver, ni siquiera ahora. Sigue habiendo más diferencias todavía.
–¿Por qué dejaste tan joven?
–Yo dejé a los 26 años, fundamentalmente porque no me gustaba viajar. Era un bicho raro. Estando entre las 20 mejores jugadoras del mundo, decidí no jugar más al tenis, no viajar más. Dentro de mí siempre hubo como una profe de tenis y seguí así la carrera, hasta hoy.
–¿Esa decisión fue más económica o por una opción de vida?
–No, no, no. Yo podría haber dejado y no trabajar. Pero qué hacía a los 26 años sin trabajar. Mi nono siempre decía: ‘Mente sana, cuerpo sano’. Por eso te digo, siempre pude elegir. Yo me creo una persona bendecida en la vida porque elegí hacer lo que me gusta, pude ganar dinero, voy a cumplir 65 años y tengo una vida muy tranquila. Ahora trabajo tres horas como profe de lunes a jueves.
–¿Y qué otras cosas hacés?
–Me gusta mucho estar en mi casa. Yo vivo en una zona rural de Río Tercero, me levanto con el sonido de los pajaritos y me acuesto con el sonido de los grillos. Me gustan mucho el jardín, las plantas y después me gusta jugar al golf. A veces juego torneos de golf. Y me gusta mucho asar, la cocina no tanto, pero el asador sí.
–Sos de las brasas.
–Soy de las brasas, del lechón, chivito, cabrito, asado, pollo. Me la rebusco. Hice un asador grande en mi casa para poder hacer esas cosas. Tengo amigos, los amigos de la infancia, las mismas amigas del colegio y también he construido amistades a través de mi deporte. Haber sido conocida no me cambió para nada.
–¿Toda tu vida fue en Río Tercero?
–Estuve un tiempo en Córdoba capital, unos cuatro años, tenía un complejo de tenis muy importante. Pero no me habituaba. Nació mi único hijo, Robertino, en 1988, y dije: “No estoy para esto”. Y volví. Por eso te digo que yo soy bendecida, me siento una persona bendecida, porque siempre pude tomar elecciones. Es muy esclavizante tener un club, y para mí en la vida no todo es dinero, creo que al final de la vida el dinero no tiene importancia.
–Dentro del féretro no van los plazos fijos.
–Por supuesto, por supuesto. La vida se disfruta, se vive. En el cementerio, todos somos iguales. Mientras uno respira, tiene que valorar el aire que uno respira. Podría haber hecho mucho más dinero, pero no me interesó, porque tuve ofertas de ir a vivir a Estados Unidos, a un montón de lados, para dar clases de tenis o tener complejos de tenis, y no me interesó. Una vez me llamaron de Sudáfrica para una exhibición y me pagaban en diamantes, pero decidí no ir porque prefería juntarme con mis amigas.
–Río Tercero es tu lugar en el mundo.
–Yo soy una persona muy pueblerina, muy pueblerina.
–¿Y cómo viviste las explosiones de 1995?
–Fue muy feo. Te repito que creo en el destino. Porque yo daba clases de tenis en el club Fábrica Militar y suspendieron las clases ese viernes. Así que estaba en el departamento con mi hijo, me suena el teléfono y mi mamá me dice: “Hija, ¿estás en casa?”; a lo que le dije: “Me estás llamando al teléfono fijo, obvio que estoy en casa”. Entonces, ella insiste: “Sacá a Robertino de ahí que explotó la fábrica y está estallando todo”. Yo tendría que haber estado en el club con 40 niños. Salimos corriendo y terminamos yéndonos para el lado de Hernando. Después nos fuimos a Córdoba, a la casa del padre de Robertino, una semana.

–Y los marcó mucho como comunidad, con una herida que no termina de cicatrizar.
–Porque ningún gobierno se hizo cargo. Yo no hice demanda por los daños y perjuicios a mi departamento. Dije: “No lo necesito, hay gente que no tiene el dinero para recuperar su casa”, y yo conocía gente que lo había perdido todo. El canchero del club todavía está esperando cobrar. Y esa gente es la que más me interesa, porque sin ellos yo nunca hubiera llegado donde llegué.
–¿Y seguís satisfecha de ese retiro tan prematuro?
–Estaba entre las 14 mejores del mundo, tenía marcas de zapatillas, de ropa, de raqueta, contratos de exhibiciones, todo lo que quieras. Y yo armé mi vida para que el tenis no fuera lo único. Me armé, lo fomenté, lo quise, me salió del corazón, del alma, formar mi familia, mis amigos. A mí no me perjudicó para nada haber tomado la decisión a los 26 años de dejar de jugar al tenis. Sé que muchos jugadores que estuvieron allá arriba tuvieron muchos conflictos, muchos conflictos emocionales. Mis abuelos y mis padres me enseñaron que el deportista tiene un tiempo, que no se puede ser toda la vida profesional, tenés que estar preparada para decir adiós. Además, me creo humilde, y no creérmela me ayudó mucho. Jugué bien al tenis, punto y aparte. Primero está la persona, después el tenis.
Perfil
Ivanna Madruga fue una de las mejores tenistas argentinas y actualmente es profesora de tenis en su ciudad, Río Tercero. A los 12 años ganó su primer Sudamericano en Uruguay y fue la número 1 en Sudamérica. En julio de 1978, apareció en el ranking mundial y llegó a estar en el puesto 14. Compitió en los torneos más importantes.

























