Suprema invención humana, el tiempo. Tan necesaria como una tabla para un náufrago, resultó de gran ayuda para medir el transcurso de los ciclos naturales y también para contar la historia.
Desde épocas arcaicas, se abordaron sus recovecos y sus consecuencias.
Como los filósofos griegos, pensadores que apelaron a una mitología repleta de dioses (y subalternos) para corporizar esta y otras nociones.
Kronos y Kairós eran las divinidades que representaban conceptos del tiempo.
Kronos marcaba el tiempo lineal, secuencial; su naturaleza cuantitativa era registrada con instrumentos más o menos exactos.
Kairós, en tanto, designaba desde lo cualitativo: el momento justo, la oportunidad indicada, el instante exacto.
Ambas representaciones siguen vigentes. Kronos se mide con relojes o almanaques; Kairós, con momentos trascendentes de cada existencia.
Las metáforas griegas incluían la figura corporal.
Kronos era un dios gigante, superior. El único a quien sus compañeros de Olimpo no cuestionaban, conscientes de su poder absoluto. Obsesionado por el temor a ser suplantado por sus hijos, terminó comiéndolos vivos. Un dios que devora es una señal inequívoca sobre la finitud.
Kairós, en tanto, era un dios pequeño y calvo, a excepción de un único mechón de pelo que colgaba de la nuca. Quien lograba tomarse de esa coleta en el momento preciso tenía suerte. En cambio, si tardaba en hacerlo o no lo conseguía, perdía la oportunidad para ser feliz. Una sortija difícil.
Más cerca (en el tiempo, por supuesto), el teólogo Paul Tillich interpreta a los kairós (en plural) como crisis recurrentes en la historia que demandan decisiones fundamentales para la existencia humana.
También un texto fundamental de la teología de la liberación, el Documento Kairós, plantea la necesidad de establecer un “momento decisivo” en una circunstancia concreta, como la salida del apartheid en Sudáfrica.
Pero volviendo a la Grecia antigua: sobraban dioses. Uno de ellos, menos conocido, era Aión, el dios del tiempo eterno. Era la concepción espiritual y abarcadora de toda la existencia.
Así se vivía en la antigüedad: en el equilibrio de las interpretaciones del tiempo.
Feliz Año Nuevo
En la actualidad, Kronos parece haber establecido un poder excluyente. Kairós y Aión aparecen hoy postergados, cuando no ocultos.
Vivimos –los chicos lo hacen– sometidos a esta única dimensión del tiempo medida en minutos, horas, días, semanas y meses; como festejar un cambio de año.
En este ritmo inexorable que deja todo atrás, se incuban a edades tempranas ansiedad, depresión o, peor aún, la percepción del sinsentido.
Tal vez –sólo tal vez– la infancia podría abrevar más en Kairós, para que chicos y chicas logren más oportunidades de identificar sus momentos trascendentes: experiencias que les otorguen identidad, períodos para decidir lo importante y, ya en la adolescencia, elegir caminos personales.
Y cuando sea posible, incluir a Aión: el pensamiento trascendente.
Medir el tiempo sólo con instrumentos, feriados o con vacaciones es una pobre interpretación del tiempo.
Sólo con mayores dosis de Kairós y de Aión sería posible romper la tiranía de los relojes.
Se conseguiría mayor capacidad de convertir las vivencias en experiencias y, así, construir memoria: cimiento indispensable para elegir la mejor versión de cada uno.
Feliz Año Nuevo, pero no porque termina diciembre, hay brindis y pirotecnia clandestina.
Feliz Año Nuevo porque algunos niños muestran que han crecido; porque otros maduraron, muchos tomaron decisiones y varios desecharon alternativas no deseadas.
Feliz Año Nuevo porque, en realidad, el tiempo es un invento personal.
* Médico