La crisis en la pediatría, que tanto se comenta por estos tiempos, puede ser un botón de muestra de una situación más amplia de la medicina toda o, aun peor, de una mirada social de lo que son las profesiones humanistas.
Enfrentamos una época de alta fascinación por la tecnología, que se presenta como una nueva deidad, abstracta e ilimitada. Que es y será capaz de resolver todos (o casi todos) los problemas que aquejan a la humanidad. La medicina también se ve encandilada por estos modelos, y en consecuencia ha perdido prestigio y predicamento.
Hasta no hace mucho tiempo, la palabra, el consejo, las opiniones de los médicos eran respetados y valorados (a veces por demás) en la sociedad.
El profesional de la salud tenía un reconocimiento social muy amplio.
El sacrificio y el renunciamiento a espacios o a tiempos propios eran una característica del ejercicio profesional.
En la actualidad, aquellos paradigmas están en conflicto y los mismos médicos han empezado a elegir otras especialidades que tengan más que ver con la modernidad o con nuevas miradas.
En los tiempos que corren, parece que se debe elegir más inmediatez en la resolución de los deseos. Parece que cada vez se ve más lejos el mañana, el futuro. Se trata de vivir en un eterno presente. Entonces, esperar 10 años (como los que debe estudiar, en promedio, un médico especialista) es una eternidad.
Pero más allá de esta mirada sociológica, no es menos cierto que existe una situación económica que agrava, exagera y se suma a lo que algunos llaman “crisis de vocación”.
El pluriempleo, la precarización laboral, salarios bajos y situaciones de violencia son algunas de las circunstancias que generan condiciones poco favorables para que los jóvenes vean a la pediatría como una profesión tentadora.
Ver a colegas haciendo marchas por justos reclamos laborales puede actuar como freno para la elección de una actividad, cuando se está en el principio de un camino profesional.
La tarea humana de empatizar, de poner el corazón y nuestro saber en pos del otro es hoy subvalorada. Tanto en ámbitos sociales como laborales o económicos.
Este reclamo de la Sociedad Argentina de Pediatría va más allá de un aspecto de apariencia gremial: es una voz que se alza por el riesgo futuro y cierto en la calidad de atención de niños, niñas y adolescentes de nuestra patria.
La medicina es hermosa, y la pediatría más aún. La alegría de ver la sonrisa de un niño, acompañar las lágrimas de una familia, el “gracias” sentido de una madre, son caricias imprescindibles para el alma de un pediatra.
Pero dejar de lado muchas veces a la familia, hacer cientos de horas de guardia, no dormir para estudiar cada caso, deben tener un reconocimiento que nos permita tener la tranquilidad de que podamos cuidar a nuestros afectos y que tengamos el tiempo necesario de seguir capacitándonos para ejercer con nobleza y dedicación lo que tanto amamos: ser médicos pediatras.
* Médico pediatra