Mucho se habla en la actualidad de cambio cultural y se intenta explicar bajo qué modos se manifiesta. Transitamos un cambio de época, concluyen convencidos. Parafraseando a José Ortega y Gasset e intentando dilucidar lo que explican, ideas distintas estarían horadando de a poco creencias arraigadas en una parte del mundo. Especialmente, en un conjunto relevante de la civilización occidental, que extiende sus ancestros intelectuales hasta un poco más atrás de la era de Pericles, en la Atenas del siglo V antes de Cristo.
Contrariamente a lo que ha ocurrido en la historia, y curiosamente, muchos, parecen conscientes de ese cambio. Además, en una especie de reflexión colectiva, con una sorprendente capacidad de aventurar causas, razones y argumentos, desde influencers hasta ideólogos de distinta envergadura, pasando por políticos y tecnólogos, explican lo que ocurre, llenando el escenario de certezas.
Este nuevo mundo, explicado por sus nuevos fanáticos, adolece de complejidades y matices. Es decir, de humanidad. Prima el individuo que busca su propio interés egoísta, siempre bueno y que no requiere de otros. Las construcciones sociales que limitan el poder abusivo, que compensan inequidades, que se ocupan de lo público y que son producto de siglos de acuerdos y transacciones en busca de más libertad y paz, son socavadas con discursos precarios, reaccionarios y cargados de una violencia inusitada. Efectistas, divisivos, insuflados de medias verdades y medias mentiras, atrapan a las generaciones más jóvenes y adultas, que perciben que no tienen futuro o que les ha sido robado.
La política, que en su versión civilizada consiste en acordar y ceder, para construir sociedades más prósperas y felices, es vejada con soluciones simplistas y autoritarias. La corrupción, que existe y existió en todas las formas de organización social, política y económica, y dentro de ellas, en todos los sectores que la componen, se adjudica a la política como forma de hacer, no a grupos particulares que en su seno la practican. Como todo discurso autoritario, el actual contamina todo para justificar su supuesta pureza. Pero en eso de justificarse, elige la peor de las maneras.
Las sociedades cambian, no todo es estático, ni las modas, ni las costumbres; tampoco las formas de vincularnos, hasta las reglas de los deportes o las formas en que nos trasladamos de un lugar a otro, la manera de elección de los gobiernos y las leyes que regulan nuestra vida. Está en la naturaleza de la especie humana. Pero no todo cambio es bueno ni todo lo nuevo siempre es mejor, como tampoco lo es el pasado, en el mismo sentido.
Para los promotores de la nueva era, lo diferente, lo singular, la diversidad de caminos para buscar una mejor vida, la humanidad expresada en un crisol de intereses e inquietudes, de elecciones, es una amenaza, dado que escapa a la uniforme, pacata y pobre libertad de red social.
La democracia, continente por antonomasia de la libertad, también es un mal para los nuevos ideólogos del cambio. Es por ello que se atacan sus mecanismos, sus equilibrios, los derechos que otorga y las libertades que protege. Quizá requiera mejoras, pero nunca a costa de sus beneficios, que son el basamento y factótum de sociedades prósperas y pacíficas, donde los débiles tienen protección y oportunidades.
* Periodista