Las palabras ya no importan. Tienen más peso las poses y los gestos eufóricos. Los largos y ridículos juramentos que se escuchan en el Congreso, además del griterío y de los insultos de las huestes mileístas, evidencian la bancarrota de la argumentación.
Javier Milei dice en el aniversario de Daia (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) una palabra que culpa a la población civil de Gaza por el pogromo sanguinario que cometió Hamas en las aldeas agrícolas del sur de Israel en 2023, pero nadie lo cuestiona ni le pide explicación.
“El 7 de octubre… vimos cómo una sociedad cometía, filmaba y repartía orgullosa al resto del mundo el crimen más aberrante del que se tenga memoria”. Dijo “sociedad” donde debió decir “Hamas” o “terrorismo ultraislamista”.
Culpó a una población entera para justificar la guerra de tierra arrasada con que respondió Benjamin Netanyahu. Pero nadie cuestionó esa acusación.
Tampoco hubo quien cuestionara a Mauricio Macri por haber relatado jocosamente cómo atropellaban a ciclistas los autos oficiales que lo trasladaban a él y a su padre en China en 1989.
“En cada viaje que hacíamos volaban por el aire cinco o seis bicicletas... Pum, volaba un tipo a la mierda y quedaba tirado, sin levantarse, desmayado o muerto, no sé… Qué loco, ¿no?
Quien contaba semejante barbaridad como si fuera una anécdota graciosa fue presidente de la Argentina. Qué loco, ¿no?
Como si a Milei y a Macri los hubiera escuchado Fontanarrosa cuando, recurriendo a dos subdisciplinas de la Física (la óptica y la acústica), explicó el fenómeno en los siguientes términos: “Debido a que la velocidad de la luz es mucho mayor que la velocidad del sonido, ciertas personas nos parecen brillantes hasta que escuchamos las boludeces que dicen”.
A los senadores y magistrados que lo tuvieron como consejero, Séneca les explicaba que “los hombres inteligentes se reponen de sus fracasos, mientras que los hombres mediocres jamás se reponen de sus éxitos”.
No todos aprendieron las lecciones éticas de aquel filósofo estoico. Por caso, Nerón, quien terminó obligándolo a suicidarse. Pero que la incapacidad de mantener la lucidez cuando se tiene éxito es un rasgo de los mediocres parece una verdad incuestionable.
Un líder inteligente, por el contrario, relativiza sus éxitos. Nunca los sobredimensiona, aunque el microclima de obsecuentes lo adule y el macroclima social lo ovacione.
El factor Trump
El triunfalismo se instaló en Olivos con el resultado de las elecciones legislativas. La sociedad aportó a ese extravío. Tan evidente como la indigencia intelectual y moral del grueso de la dirigencia opositora fue la intervención de Donald Trump en el proceso electoral y su efecto.
Estaba a la vista que la economía tambaleaba al borde de un colapso financiero y que fueron el presidente norteamericano y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, cuando anunciaron un salvataje megamillonario, quienes evitaron la hecatombe.
Los argentinos escucharon también al jefe de la Casa Blanca advertir, en la antesala del domingo electoral, que, si Milei perdía, “nosotros nos retiramos”. O sea, no habría salvataje y la economía volvería al estado catatónico de la que había sido rescatada por el anuncio de U$S 40 mil millones.
Esa fue la frase que sacudió el escenario electoral. Millones de argentinos que el día después de la elección debían levantarse temprano para abrir el maxiquiosco, la ferretería, la empresa pequeña o mediana, o el negocio que tengan, no quieren un “lunes negro”. Sienten un comprensible pánico a la incertidumbre que generan esos días en que desaparecen los precios porque el dólar se dispara hacia la estratósfera.
Si las urnas le daban un sopapo, Milei quedaba tambaleando contra las cuerdas y, para una notable mayoría, la oferta electoral opositora no justificaba correr el riesgo de un “lunes negro”. Por eso la mayoría votó como votó. Y es en alguna medida entendible.
Lo incomprensible es el triunfalismo de Milei, de su gobierno y de la feligresía conservadora. También es incomprensible el clima social que alimentó ese triunfalismo.
El país que proclamó el gol con la mano a los ingleses como el mejor en la inmensa colección de goles geniales y bellos que dejó Diego Maradona ahora ovacionó a Milei por el gol con que Trump dio vuelta el partido electoral sobre la hora.
Así como la sorpresiva avalancha de votos que obtuvo el ultraconservador Nasry Asfura tuvo que ver con la amenaza del magnate neoyorquino de cortar la ayuda económica a Honduras y también las remesas que envían a sus familiares los hondureños que residen en Estados Unidos –y constituyen el principal ingreso desde el exterior que tiene ese país centroamericano–, el salvataje megamillonario al filo del colapso financiero y la advertencia sobre el “lunes negro” tuvieron una influencia evidente.
Y, para quienes no quieran verlo, está lo que acaba de afirmar el propio Trump, atribuyéndose el resultado de la elección de medio término en Argentina: Milei “iba a perder, fui en su ayuda y ganó de manera contundente”.
Una frase letal para el triunfalismo mileísta, y humillante para el propio Milei.
Periodista y politólogo
