Los restos de la nación republicana han expresado su dolor por la muerte de Jorge Lanata, uno de los periodistas que investigaron, acreditaron y denunciaron el sistema corrupto que convirtió a muchos funcionarios del Estado y a corporaciones empresariales y sindicales en asociaciones ilícitas.
Fue importante su aporte porque –entre muchas revelaciones que acreditaron que el Estado fue dirigido por una banda de delincuentes– Lanata demostró que el atraso del país y la pobreza que humilla a la mitad de la población fueron producidos por generalizadas prácticas corruptas. Y que esas prácticas corruptas también contribuyeron de modo directo para que la población se dividiera y se enfrentara en dos sectores irreconciliables.
Fue Lanata quien encontró en un solo vocablo la síntesis de este penoso episodio histórico: grieta. Cuyos frutos amargos, explicó, fueron factores directos en el atraso del país.
Lanata nació en 1960. No vivió durante otra grieta mucho más profunda y dañina, que merece a mi juicio la calificación de abismo. Con sólo el propósito de honrar la trayectoria profesional del periodista y por la sencilla razón de que quedamos pocos compatriotas que vivimos durante ella (me refiero a los años transcurridos entre 1946 y 1955, o sea las primeras presidencias de Juan Domingo Perón), mencionaré apenas algunos de los episodios que incidieron para que la población se dividiera en dos sectores irreconciliables. Amistades y familias quedaron destrozadas entre peronistas y antiperonistas.
A tal extremo llegaron las disputas y las agresiones que las autoridades del llamado “movimiento peronista” ordenaron a sus afiliados que no quedara sin responder ningún insulto: “… ha llegado la hora de aplastar la canalla ensoberbecida por nuestra tolerancia… Ninguna provocación debe quedar sin contestar, ningún desmán sin reprimir”.
Y fue el mismo Perón quien oficializó la existencia de esta grieta en un mensaje dirigido al Congreso: “... hay en el país dos sectores, uno es el movimiento nacional peronista, el otro es el antiperonismo… Uno defiende la acción del gobierno; el otro, la acción destructiva...”.
A nadie pudo sorprender que a esa disputa facciosa se sumara la esposa del presidente, Eva Duarte, quien, fiel a su estilo, no utilizó recursos retóricos y directamente proclamó: “¡El que no es peronista no es argentino!“.
Ya cuando su enfermedad la tenía inactiva, en 1951, se sumó a la campaña electoral para reelegir a su esposo como presidente, amenazando a los opositores con estas palabras: “Ay de quien se atreva a oponerse a Perón... ¡Dios no permita a los necios levantar una mano contra Perón porque entonces yo marcharé con los descamisados y no quedará piedra sobre piedra que no sea peronista…!”.
A su fallecimiento, se impuso la obligación de exhibir luto en la vestimenta y la de concurrir a las ceremonias fúnebres. Ya en esa época, 1952, la oposición política y la prensa independiente no podían editar diarios ni utilizar emisoras radiales y una ley, llamada “represión de la conmoción interior”, sancionada en septiembre de 1951, eliminó los derechos y garantías constitucionales.
Promesas incumplidas
En 1954, Perón decidió reformar la Constitución para separar la Iglesia Católica del Estado y ordenó que se dictaran leyes contrarias al credo oficial, como divorcio y enseñanza religiosa en las escuelas, y se legalizó el ejercicio de la prostitución.
Simultáneamente, se echaron las bases doctrinarias para crear la Iglesia Católica Justicialista. En una palabra: quien no fuese peronista no era argentino y, a partir de entonces, quien no fuera de la religión justicialista no era cristiano.
Estoy refiriéndome a hechos gravísimos, sin agotar la enumeración, que convirtieron a la mitad de la población en extranjeros dentro de la propia patria de nacimiento. Por eso aquella grieta fue, históricamente, un abismo.
El propio Perón lo admitió. En julio de 1955, después de la tragedia provocada por la sublevación de la aviación naval (el cruel bombardeo de junio sobre Plaza de Mayo que dejó más de 200 muertos y 300 heridos), decidió proponer un plan de pacificación y prometió respetar la Constitución y devolver las libertades suprimidas: “… no negamos que hayamos restringido algunas libertades, lo hicimos de la mejor manera, en la medida de lo indispensable...”.
Y, por primera vez en sus 10 años de gobierno, permitió que dirigentes opositores utilizaran las emisoras radiales para comunicarse con la población.
En esa oportunidad, también admitió que no había sido el presidente de todos los argentinos, sino sólo el presidente de sus amigos y partidarios. Y prometió que, en adelante, habría de gobernar para todos, sin excepciones, y respetaría todas las garantías, derechos y libertades establecidas en la Constitución.
Muchos inocentes (entre los que me contaba) creímos las promesas de Perón, que los hechos posteriores demostraron falsas. El 31 de agosto, Perón pronunció el célebre discurso de Plaza de Mayo ante la CGT, oportunidad en la que dijo: “… aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden contra las autoridades puede ser muerto por cualquier argentino... Esta conducta que todo peronista debe seguir no está dirigida sólo contra los que ejecutan, sino también contra quienes conspiran o inciten... Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos…”.
El abismo había llegado a su máxima profundidad. Por si quedaba flotando alguna duda, Perón añadió: “Necesitamos paz... y la hemos de conseguir persuadiendo, y si no, a palos...”.
¡Qué pena que después de siete décadas siga abierto el abismo que dejó en ruinas al país!
* Abogado