Aunque a la política le fascina pensar en la narrativa que declama en la arena pública, su esencia son los actos. Su género propio se parece más a la dramaturgia. La historia se despliega primero a través de las acciones; sólo después es contada por el narrador. A la política le cabe la definición que hizo un autor teatral argentino: la narrativa cuenta acontecimientos desde una conciencia; la dramaturgia cuenta una conciencia desde los acontecimientos.
Tras la condena a prisión e inhabilitación de Cristina Kirchner, la expresidenta y el espacio político peronista se encuentran en esa tensión trágica. Todos están protagonizando una conciencia distinta de los acontecimientos. Han previsto una escena dramática conjunta para el miércoles. Hay quienes imaginan una liturgia popular de vigencia y renacimiento. Y están quienes sólo acompañarán respetuosamente el desfile, como se escolta una defunción.
Esta competencia de sentido en los rituales tiene un profundo significado político: con la condena efectiva a Cristina Kirchner, el espacio político peronista está tocando un límite inexplorado. Hay dos caminos que se bifurcan: el de la continuidad del liderazgo de la expresidenta o el de su relevo por declinación.
Ella puja por prolongarlo invocando el viejo santoral de la proscripción. Eso que sólo a Juan Perón le reconoce la totalidad del peronismo. Los referentes del peronismo real semblantean la escena para recalcular sus apuestas: son jefes territoriales con votos propios, caciques sindicales con organizaciones a su medida, operadores políticos cuyo ecosistema es la sombra.
La primera reacción social a la condena no fue un 17 de octubre, sino un 1,7. Cristina presiona para construir uno de verdad, con máxima tracción estructural. El peronismo duda: ¿si exagera en la despedida, provoca una bienvenida? ¿La expresidenta se imagina una condena de propulsión como funcionó con Lula Da Silva? ¿Quiere legar a su hijo Máximo el resto de su capital político? ¿El peronismo debe considerarse proscripto en su conjunto? Si no lo hace, el principio político central de la denuncia actual de Cristina degradará su valor.
Hay también una secuencia extendida de la escena. Hoy la condena fue por la causa Vialidad. Con ese juicio, la opinión pública comenzó a entender la contundencia de las pruebas indiciarias, sin las cuales es imposible esclarecer delitos complejos. Faltan otras causas, como los cuadernos de las coimas y el tratado con Irán.
El fallo reciente de la Corte dejó en sus fundamentos algunas evidencias concretas de la estrategia errática de defensa técnica que eligió Cristina Kirchner. La expresidenta reclamó cosa juzgada para ella en un expediente del que admitió no ser parte, por ejemplo. Reconoció explícitamente sus negocios con Lázaro Báez. Ahora tendrá que explicarlos en detalle, en la causa Hotesur.
¿Hasta dónde aguanta la dramaturgia de la presunta sanción sin pruebas?
Contraparte
Mirando desde el conjunto de la escena política, el peronismo en revulsión es una cuestión que por lógica impacta sobre el espacio opuesto. El Gobierno reaccionó perplejo. El Presidente quiso apropiarse del mérito republicano del fallo de la Corte. Sonó a oportunismo improvisado. La sentencia fue del mismo tribunal al que quiso intervenir con jueces nombrados por decreto.
Javier Milei quiso sumar a la condena judicial una accesoria de hostilidad con el periodismo. Le salió pésimo. Un grupo de vándalos identificados con el kirchnerismo ingresaron a la fuerza y provocaron destrozos en las instalaciones de Canal 13 y TN. La asociación impensada entre el discurso presidencial y esa acción violenta dejó una secuela amarga: ¿Milei convoca al odio y Cristina hace que lo ejecuten?
Lo más probable es que tras la condena, también el mileísmo esté obligado a explorar nuevos límites. El peronismo convulsionado en la calle, pero sobre todo en sus cenáculos, es el mismo que negocia sinuoso sus paritarias: la del Congreso, la del CFI, la de los grandes gremios. Cristina ensaya su propia ingeniería del caos. En su afán de ganar solo en octubre, Milei cortó amarras con quienes han intentado ayudarlo. Era una estrategia diseñada con Cristina en la arena electoral. Eso cambió.
La inflación que perforó el umbral de los dos puntos mensuales se transformó para Milei en el fundamento de hierro de la campaña electoral. Cristina debate con el peronismo si conviene transformar su condena en estallido, con el argumento de que el ajuste ya dejó a la gente exhausta.
Para el sociólogo Pablo Semán es un error plantear como pregunta ordenadora hasta dónde la gente aguanta. Más bien es clave interrogarse por qué la mayoría dejaría de apoyar a Milei.
¿Cuánto es el esfuerzo que está dispuesta a hacer la sociedad para que no regrese a administrar el Estado esa suerte de plebeyismo estético que ejecutó Cristina, tan rentable para los suyos por la corrupción y tan gravoso para la sociedad por la inflación?
Toda la escena política depende de la respuesta a esa pregunta.