La gratuidad de la universidad pública fue el resultado de un proceso que sería imposible resumir sin caer en un reduccionismo sesgado. Pero digamos que se plasma en un decreto de 1949.
En sus considerandos, aquel decreto decía: “(…) debe ser primordial preocupación del Estado disponer de todos los medios a su alcance para cimentar las bases del saber, fomentando las ciencias, las artes y la técnica en todas sus manifestaciones (…)”. Y continuaba: “(…) Que (…) el Estado debe prestar todo su apoyo a los jóvenes estudiantes que aspiran a contribuir al bienestar y prosperidad de la Nación, suprimiendo todo obstáculo que les impida o trabe el cumplimiento de tan noble como legítima vocación (…)”.
Obstáculos
Trasladado a hoy, ¿cuáles serían algunos de los obstáculos de “tan noble como legítima vocación”?
El primero de ellos es la falta de formación en los niveles anteriores a la educación superior. Un déficit de formación básica conspira contra el anhelo de ingreso a la universidad. Se trunca el sueño en el cursillo de ingreso.
Otra barrera es la capacidad económica para enfrentar un proceso formativo en carreras en promedio de cinco años. Debemos reflexionar si en la Argentina la universidad –gratuidad mediante– es realmente universal, en el sentido de que todos pueden ingresar, permanecer y formarse.
Dejemos de lado el tema de que se termine la carrera; en lo personal, prefiero que aun sin terminar puedan los alumnos tener una experiencia universitaria. Habría que debatir la manera de que no sea en la frustrante carrera truncada.
Afirmo, sin temor a equivocarme, que la universidad seguirá siendo pública en este país, y también gratuita, pero tenemos que hacer el esfuerzo para que sea universal. No todos pueden ingresar al sistema, ni los mejores promedios –si se quisiera hablar de meritocracia desnuda de realidad social– porque la realidad económica se convierte en un obstáculo. Tener que acompañar económicamente a un hijo en una formación universitaria es imposible para la gran mayoría,
La agenda de la política instaló desde el discurso una nueva barrera de ingreso: la nacionalidad. La diatriba de la política puso en el eje de la discusión un pensamiento mezquino, y no parece cierto que esa fuera la excusa para la auditoría, quizás más un eslogan de proteccionismo del gasto, cuando en realidad cualquier economista lo entendería como inversión.
Quisiera creer que la educación para el pensamiento del colectivo argentino será siempre inversión y no gasto, que por cierto hay que cuidarlo. También habiendo pasado por los claustros universitarios y viniendo de familia de universitarios, entiendo que hay muchas cosas para revisar y que no es sacrosanto el ámbito universitario.
Si el faro que guía la proa del Gobierno nacional está en los Estados Unidos, no estaríamos haciendo lo que ellos sí hacen. No tienen una política de Estado como nosotros en relación con la formación universitaria, sino un sistema de financiamiento que abarca a nativos y a extranjeros. Sin becas, la formación de grado y la superior en Estados Unidos no existirían.
En relación con los extranjeros, las universidades privadas y sus docentes –al menos en los posgrados en EE.UU.– los becan con fondos que disponen. Distinto es el caso de las universidades públicas que cuentan con sistemas de becas otorgadas por el Estado. También existe el financiamiento de los exalumnos que donan sumas importantísimas a las universidades de las que egresan.
En las privadas, a cambio de la beca, deben trabajar y así la universidad cuenta con mano de obra barata y muy calificada. Los extranjeros que van a estudiar y que acceden a las becas suelen ser los mejores promedios de las mejores universidades de sus países.
Ahora bien, ¿qué beneficio tiene el país becando a extranjeros?
El primero, la diversidad. El enriquecimiento universitario se centra en el conocimiento y su avance. Abrevar de los mejores es una política de excelencia que lleva al avance constante.
El segundo punto es la exportación del modelo norteamericano y su pensamiento al resto del mundo. O, lo llamemos de otra forma, transferencia de conocimientos.
La inversión se recupera. Muchos son los estudios que avalan que durante su vida activa laboral un graduado universitario aporta mucho más que alguien que sólo tiene título de bachiller. Por favor, que ningún iluminado pretenda financiar la universidad con un tributo al graduado. Si se decide subsidiar la oferta, no castigues el producto final.
Nuestro sistema es muy distinto. Destaco que no contamos con un sistema de becas, ni para los nacionales ni para los extranjeros, al menos no en grado suficiente.
Muchos extranjeros viven y trabajan aquí –en consecuencia, pagan impuestos– y muchos han desarrollado su vida en este país y lo engrandecen. En rigor de verdad son extranjeros por falta de nacionalización. Si pensáramos en lo que se enriquece, y no en que una silla ocupada por un extranjero es una silla que se le quita a un nacional, que es un absurdo y una falacia, nos daríamos cuenta de que el planteo es más complejo.
Primero eduquemos en los niveles inferiores; luego rompamos el sistema de que sólo acceden los que pueden, porque no hay becas, faltan residencias universitarias, etcétera. Luego discutamos si vamos a ser faro para el resto de Latinoamérica y el mundo, o ciegos por los números fríos decidimos cortar “gastos” donde no hay que cortar.
Lo que me parece más importante es que podamos seguir discutiendo algo que todos los argentinos consideramos sobre la universidad: que es nuestra. Mientras se discutan las ideas, aunque sea acaloradamente, y no se impongan a la fuerza, seremos grandes.
Quizás Argentina necesite exportar intelectuales al resto del mundo y en el intercambio la balanza termine siendo superavitaria y así nos proyectemos y crezcamos como país. No todo es economía.
* Abogado