Leopoldo Lugones murió el 18 de febrero de 1938. Abrumado por cuestiones personales, y desilusionado con el el régimen que había contribuido a instaurar tras el golpe de Estado de 1930, puso fin a su vida en una posada del Tigre.
Fue, posiblemente, el poeta más célebre de su tiempo; no en vano, el 13 de junio, día de su nacimiento, fue elegido por la Sociedad Argentina de Escritores (Sade) para celebrar el Día del Escritor. A lo largo de 63 años coexistieron en su vida el escritor, el político y el hombre vulnerable a los afectos.
Nació en 1874 en Villa de María de Río Seco, en el seno de una familia tradicional que poseía campos en el sur de la provincia de Santiago del Estero. A los 12 años de edad se trasladó a la capital cordobesa, donde vivió con su abuela materna hasta la llegada del resto de la familia, y estudió en el Colegio Nacional de Monserrat. Veinteañero, frecuentaba el primer Centro Socialista y publica en El Pensamiento Libre, un periódico disidente.
Triunfo en Buenos Aires
En 1896 decidió probar suerte en Buenos Aires, donde llegó con una recomendación en sus bolsillos del poeta Carlos Romagosa para Mariano de Vedia, director de “Tribuna”. Volvió a Córdoba y en diciembre de ese año se casó por civil con Juana Agudelo, con quien vivirá en una pensión del barrio porteño de San Telmo y, en 1897, en un departamento céntrico donde nacerá Polo, el único hijo de la pareja.
Ese año fundó junto a José Ingenieros La Montaña, un periódico socialista revolucionario y alumbró su primer libro de poemas Las montañas de oro.
Metido de lleno en la actividad literaria, adhiere al modernismo, la corriente de vanguardia referenciada en Rubén Darío. Incursiona en todos los géneros y temas, publica con frecuencia y recoge elogios de celebridades como Amado Nervo y otros. Entre 1904 y 1910 ven la luz: El imperio jesuítico, Los crepúsculos del jardín, La guerra gaucha, en prosa; Las fuerzas extrañas, género fantástico; Cuentos desconocidos, Lunario sentimental, Prometeo y las Odas seculares, que incluye la emblemática “Oda al ganado y a las mieses”.
Simultáneamente, en el período aludido se produce su metamorfosis política: influenciado por el clima de época, se aleja de su ideario juvenil para abrazar el libreto conservador en boga, acercándose a la elite gobernante, convertido ya en el poeta oficial de aquella Argentina del primer centenario. En los años que siguen vendrán La historia de Sarmiento y El libro fiel, dedicado a su esposa Juana.
En 1915 es nombrado director de la Biblioteca Nacional de Maestros. En 1916 se publica la versión ampliada de las conferencias dictadas en el teatro Odeón bajo el título de El Payador, una exaltación de la argentinidad y de la poesía gaucha. Para entonces, ocupa el centro del sistema literario argentino y todos esos años sigue acrecentando su fama literaria con La torre de Casandra, Romancero y Las horas doradas.
Vaivenes ideológicos
Claro que no abandonó su afición a desafiar las aguas procelosas de la política desde el plano intelectual. En 1923 expuso su visión en un ciclo de conferencias dictadas en el Teatro Coliseo bajo el sugestivo título de “La doble amenaza”, en alusión al riesgo externo de posibles invasiones y, en el orden interno, la presencia de “una masa extranjera disconforme y hostil”, como califica a los inmigrantes.
En 1924, invitado a exponer en Perú con motivo del centenario de la batalla de Ayacucho, incursionó en aguas más profundas aún, virando hacia una postura ultranacionalista y militarista en “La Hora de la espada”, que, según su autor, “ha sonado otra vez, para bien del mundo”. En ese discurso premonitorio, alude al Ejército como “la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta ante la disolución demagógica”.
Por cierto, esa postura que desdeñaba el poder civil provocó la reacción de una vasta legión de intelectuales de la época, incluidas algunas voces calificadas, como el mejicano José Vasconcelos, quien lo calificaría de “poeta-bufón”.
En 1926 recibió el Premio Nacional de Literatura. Ya era todo un señorón que llevaba una vida sobria; leía hasta las 11 de la noche y se levantaba invariablemente a las 7 de la mañana. En las calles de Buenos Aires se lo veía atildado, de saco y corbata y gesto adusto, con sus infaltables anteojos y zapatos abotinados. Escribía a mano y practicaba esgrima en el Círculo Militar. En su vida todo estaba en su lugar hasta que una damisela se cruzó en su camino.
Una mañana de 1926, Emilia Santiago Cadelago acudió a la Biblioteca del Maestro, para conseguir un ejemplar de Lunario Sentimental que debía leer como tarea asignada en el Instituto del Profesorado de Filosofía y Letras, donde estudiaba. Como no tenía ningún ejemplar a mano, Lugones citó a la joven veinteañera para unos días después. Quedó encandilado: “Lo que aquella tarde me cambió la vida/dejándola a la otra para siempre atada/fue una joven suave de vestido verde/que con dulce asombro me miró callada”, según escribiría tiempo después.
A partir de ese momento se suceden encuentros furtivos y cartas y comunicaciones secretas; él le enviaba mensajes apasionados y poesías escritas en castellano, francés e inglés, que Emilia atesoraba.
Durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, el diario La Nación le brindó la posibilidad de publicar sus ideas favorables a la instauración de un gobierno militar. En 1930 publicó La Patria fuerte, un ensayo en el que vuelve a exaltar el militarismo poco antes del golpe de Estado de ese año, del que se le achaca haber redactado la proclama.
Su vida seguía su curso, incluida la relación extramatrimonial con Emilia, hasta que su hijo Polo, un conocido represor de la dictadura uriburista, lo intimó a poner fin a la misma. Lo hizo, pero su vida se despeñó en un abismo del que no lograría escapar. El 18 de febrero de 1838 tomó el tren a Tigre donde abordó una lancha que lo llevó hasta el recreo “El Tropezón”, y esa noche ingirió la pócima letal que acabó con su vida. En contra de su voluntad, fue velado e inhumado en el cementerio porteño de la Recoleta.
Los Romances del Río Seco, publicados luego de su muerte, es una entrañable evocación poética de su tierra natal.