Hace unos 15 o 20 años, las evaluaciones de estado de situación del turismo en Córdoba solían concluir que en materia de alojamiento la oferta había avanzado notoriamente, incluso hasta el borde de la saturación con el boom de la construcción de cabañas en varias regiones. Un dato grafica ese cuadro: en 2019 se contaban el doble de camas turísticas que 20 años antes.
Pero se mencionaba entonces como un déficit la insuficiencia de inversiones para sumar atractivos de recreación y de entretenimiento, sobre todo para la infancia y la adolescencia. Córdoba es, sobre todo, un destino preponderantemente familiar, y de clase media, en verano.
En la última década algo cambió: al puñado de emprendimientos pioneros que había, más concentrados en Punilla, se fueron sumando parques recreativos, acuáticos y de otro tipo en diferentes áreas turísticas, que ampliaron y diversificaron notoriamente esa oferta.
Podría decirse que el de los parques recreativos, junto a la aparición de decenas de viñedos y bodegas que conforman el Circuito del Vino (inexistente hace dos décadas), representan las principales novedades del escenario turístico cordobés de los últimos 15 años. Por caso, Córdoba tiene apenas el 0,13% de los viñedos del país y es la novena provincia en superficie cultivada, pero ya es la tercera (después de Mendoza y Salta) en cantidad de turistas que visitan sus bodegas.
Puede que deba sumarse, a modo de trípode, el proceso en marcha de optimización de la oferta gastronómica, un rubro cada vez más ligado a los requerimientos del turista de estos tiempos, en los que el turismo como actividad se consolidó como otro objeto de consumo.
