La elección de medio término no cambiará de manera contundente la proporción de bancas por espacio político en el Congreso, pero será una elección de alcance nacional que señalará con mayor precisión que cualquier encuesta el nivel de confianza en el gobierno de Javier Milei. El Presidente lo entiende así y por eso repite que en octubre se plebiscitará su gestión.
Pero la gestión de Milei, como toda administración compleja, es un conjunto de políticas diversas que impactan de modo diferente en la vida cotidiana de miles de ciudadanos. Por eso el Gobierno parece estar sondeando –a veces con astucia, otras con torpeza– hasta dónde suma tópicos de su interés en el pliego de oferta que intentará legitimar en octubre.
Al tope de sus prioridades, la Casa Rosada sigue ubicando aquello que es la cláusula innegociable de su contrato con el electorado: la inflación en baja. La negociación de la deuda con el FMI sigue siendo un minué con cortesías del Fondo a las políticas fiscales aplicadas por Milei y reconvenciones solapadas por la reticencia a ajustar el tipo de cambio y a retirar el cepo.
El Gobierno nacional necesita de una reprogramación de la deuda con el Fondo, pero es remiso a cualquier medida que pueda implicar un dólar inquieto que amenace la estabilización de los precios. A los reclamos por el retraso cambiario respondió con un retoque a las retenciones; al mismo tiempo adecuó el esquema de microdevaluaciones y revisó las tasas de interés.
La meta de acumulación de reservas sigue en la línea de compromisos incumplidos con el FMI, pero Milei no quiere arriesgar ni un céntimo la baja de la inflación, que es hasta aquí el logro más valorado de su gestión.
Hay en ese cálculo una diferencia crucial con sus opositores. Milei entiende que, en el momento de las urnas, la baja de la inflación será para el electorado el sinónimo clave del buen funcionamiento integral de la economía.
Sus detractores hacen la apuesta contraria: creen que el votante mayoritario llegará a octubre con la convicción de que el objetivo de la inflación en baja ya está logrado y le enrostrarán al Gobierno la insatisfacción de otras demandas: mayor actividad económica, mejor empleo, recuperación del ingreso perdido durante el ajuste o la agenda de derechos sociales o políticos que quedaron en segundo plano durante la emergencia económica.
Por el momento, los sondeos de opinión le dan la razón al cálculo electoral de Milei, pero la elección será la única encuesta de efectos políticos incontrastables.
Para construir el camino hacia ese objetivo, Milei decidió que en las sesiones extraordinarias del Congreso el Gobierno sólo se arriesgue en los desafíos ineludibles. Con la ayuda silenciosa –pero imprescindible– de todos los gobernadores, excluyó del debate el Presupuesto 2025. Pasó casi inadvertido, pero hubo una suerte de pacto fiscal por default con los caciques territoriales: discrecionalidad para Nación y provincias para dibujar sus presupuestos y archivo temporario y conjunto de los legítimos argumentos republicanos en contra. En consecuencia, la agenda de extraordinarias quedó con un tema principal: la suspensión o eliminación de las Paso.
La combinación de ese cambio en el régimen electoral con la novedad de la boleta única inducirá a una dinámica electoral con mayor peso relativo de personalidades con máxima figuración pública, en detrimento de las listas de políticos apenas conocidos en los cenáculos partidarios. Milei lleva ventaja en ese terreno porque su nitidez se complementa de la mejor manera con la decisión de plebiscitar su gestión.
Presidentes
Los dos dirigentes que podrían disputarle el terreno de lo nítido por conocido son dos expresidentes que aún no han decidido competir: Mauricio Macri y Cristina Kirchner. Sus enclaves territoriales son la ciudad y la provincia de Buenos Aires, respectivamente, donde sus delfines Jorge Macri y Axel Kicillof prefieren descolgarse de la gran pelea.
Con la decisión informada anteayer por Carlos Sadir en Jujuy, ya son seis los distritos que adelantarán sus comicios provinciales para despegarse de la elección nacional. Axel Kicillof espera la definición general sobre las Paso para resolver qué hace en territorio bonaerense. Esa decisión marcará para siempre su relación con Cristina Kirchner.
El juego de Milei, Macri y Cristina excede el resultado que obtengan sus espacios políticos en la distribución de bancas. Es el juego del liderazgo. El caso de Milei es obvio, porque conduce el gobierno. Macri deberá demostrar si representa todavía en la sociedad algo distinto al nuevo oficialismo que ayudó a encumbrar en el balotaje. Cristina eligió presidir el PJ, pero su incidencia territorial es cada vez menor.
Milei viene hostigando a Macri con una sucesión persistente de abrazos y empujones. A Cristina le mandó el proyecto de ficha limpia en extraordinarias para que se vea en el compromiso de dormirlo o rebotarlo en el Senado. Aunque para no exponerse en demasía a una devolución de atenciones, el Gobierno le bajó el volumen a la amenaza de designar por decreto a dos nuevos miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Tanto en el manejo de la economía como en la administración de su condición ultraminoritaria en el Congreso, Milei sigue dando muestras de que calcula muy consciente de sus debilidades y arriesga sólo lo necesario. Por eso sorprendió la desmesura de su discurso en el Foro de Davos, donde intentó hacer una vasta objeción doctrinaria a las tendencias ideológicas dominantes en Occidente y tropezó en varios tramos con temas que conoce mucho menos que la teoría económica.
Suelen repetir los spin doctors que no hay nada menos convincente que un funcionario aclarando. Es lo que le ocurrió a Milei tratando de desandar sus torpezas narrativas en cuestiones como la homosexualidad y el femicidio.
¿Intentó el Presidente sumar con ese ensayo retardatario y conspirativo todo un pliego de contenidos difusos que le gustaría plebiscitar tanto como la baja de la inflación? Si esa fue su intención, su discurso fue negativo por impreciso. La caída de los precios se explica sola, la intolerancia no.