El discurso político puede ir a la vanguardia o a la retaguardia de las transformaciones sociales. Por estas horas, asistimos a una preocupante exhibición del segundo caso, con planteos peligrosos y que atrasan décadas.
En la tensa disputa planteada entre el presidente Javier Milei y el gobernador Martín Llaryora después de la caída de la ley “bases”, que incluye dichos y hechos de enorme magnitud, ambos decidieron transitar su puja por el camino no transitable de la acusación en términos de patologías.
“Que lo resuelva en el psicólogo”, contestó Milei cuando le preguntaron por un pedido de disculpas que reclamaba Llaryora.
“Que me mande al psicólogo es como que yo lo mande al nutricionista”, replicó el cordobés al Presidente.
Las razones, las consecuencias, los contextos, las derivaciones de la disputa política entre ambos fueron, son y serán motivo de todo tipo de consideraciones. Pero hay líneas que, a esta altura de la evolución social, ya no se cruzan. Menos, mandatarios de la envergadura de un presidente o de un gobernador.
Según los últimos datos disponibles, una de cada tres personas en Argentina padece algún tipo de trastorno de salud mental. En el caso de las cuestiones relacionadas con el sobrepeso y con los trastornos alimentarios, el porcentaje supera el 50%.
¿Conocerán estos datos Milei y Llaryora, máximos responsables, respectivamente, del sistema de salud nacional y del provincial?
Ambos podrían argumentar a su favor y cuestionar al otro con una serie de elementos relacionados con su accionar público sin recurrir a una patología para descalificar.
Hace ya un tiempo la sociedad fue advirtiendo cómo esta práctica de rotular en forma peyorativa con una enfermedad, en cualquier contexto, es una muestra de intolerancia que termina en estigmatización y en discriminación.
Por eso, hace rato que hemos ido erradicando de nuestra habla cotidiana palabras que aludían a ciertas condiciones genéticas asociándolas con algo despectivo.
Esos avances que se han dado en la sociedad no se están reflejando en el discurso político, que está siempre apelando a las referencias a determinadas patologías -en especial, psiquiátricas- para aludir a comportamientos de los adversarios.
El diagnóstico clínico requiere de parámetros y protocolos que tienen un componente elemental en el secreto médico.
La banalización de enfermedades, trastornos, adicciones excede el marco de la discusión pública y nos coloca en un riesgoso camino.
De lo que deberían preocuparse y ocuparse Milei y Llaryora es de los sistemas de salud pública bajo su responsabilidad. De hecho, ambos asumieron planteando una serie de falencias en esos servicios, tanto en el nacional como en el provincial. Y eso que uno es de un signo que no ha gobernado jamás y el otro expresa la continuidad de 24 años de gestión.
Allí tienen mucho más por hacer que andar apelando a supuestas patologías o alteraciones del otro. Salvo que la idea sea hacerle honor a la clásica frase de “dime de qué alardeas y te diré de qué careces”.
