Después de largos años de un delicado cuidado del refugio provincial, de vivir políticamente con lo propio, de moldear a una provincia prácticamente ajena a los grandes temas nacionales, el peronismo de Córdoba comenzó a bucear en algo parecido a un proyecto de tinte cooperativista.
El candidato a gobernador de Hacemos por Córdoba, Martín Llaryora, se lo planteó al expresidente Mauricio Macri en aquella reunión que tanto oleaje generó en la política doméstica.
El intendente capitalino le habló al fundador del PRO de la necesidad imperiosa de conformar algo así como un “Juntos por la Argentina”, una especie de gran acuerdo nacional para avanzar con transformaciones que el país necesita para salir del estancamiento.
En la semana que pasó, y antes de ser operado exitosamente para una desobstrucción arterial, Llaryora avanzó en público sobre aquello que le planteó en privado al líder nacional de los adversarios suyos en Córdoba.
A la luz del día y ante empresarios reunidos en la Bolsa de Comercio de Córdoba, el aspirante a suceder a Juan Schiaretti aseveró que la única forma de que el país avance es mediante un acuerdo nacional transversal –”un entramado político”, lo llamó– que sustente los cambios que deben hacerse.
Llaryora no le dijo a Macri que su anhelo final es ser presidente –algo que repiten sus más estrechos colaboradores y compañeros de militancia–, pero el socio fundador de Cambiemos vio en el sanfrancisqueño la misma ambición que tenía él cuando ganó por primera vez la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
De ese espíritu aperturista que ensaya ahora Llaryora está al tanto Horacio Rodríguez Larreta, otro líder de Juntos por el Cambio con quien también se reunió el intendente meses antes de que trascendiera el encuentro con Macri, que tanta atención concitó. El “Llaryora habla con todos”, que destacan cerca del intendente, es real. Bruno Screnci, el ministro de Gobierno porteño, es la conexión directa entre Llaryora y el larretismo.
A Macri y a Larreta cada vez los diferencias más cosas. Una de ellas es la posición sobre Córdoba. El primero coincide con Schiaretti en que Luis Juez no debe ser gobernador. El alcalde porteño, en cambio, apoya y aporta recursos de todo tipo para que el senador desbanque del poder al PJ, incluso después de las inocultables molestias que generó en el larretismo que Juez haya sido el principal anfitrión de la última visita de Patricia Bullrich al norte provincial.
¿Por qué cambiar ahora?
La pregunta de por qué cambiar ahora es obvia. Y la respuesta, también. Hacemos por Córdoba no para de medir escenarios electorales para 2023. En el Centro Cívico hay quienes bromean con que ya podría haber un “Ministerio de Encuestas”, por el flujo de estas, su especificidad y el presupuesto que insumen. Las hay provinciales, por localidades, por regiones y hasta barriales de Córdoba Capital. Y lo que devuelven esos sondeos, en el plano global de la provincia, no es lo que el peronismo pretendía para esta altura del año.
Por primera vez en esta larga hegemonía política y de victorias holgadas –con excepción de 2007–, anida una certeza en el seno del poder provincial: con el volumen político actual, no alcanza para garantizar un triunfo, reconocen en el PJ.
Esa es la explicación central de esta alquimia coalicionista que propone Llaryora. Al margen del genuino anhelo de aportar soluciones al país, no hace falta tanta perspicacia para notar qué busca generar el PJ en la oposición provincial con estos contactos con líderes de Juntos por el Cambio.
A propósito de eso: hay operadores y altos funcionarios del Centro Cívico abocados a construir una excusa para una foto Schiaretti-Macri o Schiaretti-Larreta. “Sería un bombazo”, se entusiasman. Desdibujar la esencia opositora provincial es un objetivo estratégico del peronismo. Allí conecta el “ampliar Hacemos por Córdoba” por el que ya trabaja Llaryora. Ofrecer algunos ministerios y ceder en la fórmula el vice son la carnada en la que piensa el PJ para ensanchar su base con intendentes y dirigentes “sueltos” de la UCR y el PRO. La tarea no es fácil ni lineal. Algo parecido a hacer malabarismo.
El orden de prioridades de Schiaretti no cambió: sólo se podrá ser parte de algo nacional si se revalida el proyecto peronista en 2023. Es la única preocupación genuina. El resto es accesorio. “¿Vos crees que si pudiéramos solos estaríamos haciendo esto?”, se sinceró, visceral, un hombre del poder local.
En esa línea de tallar el mejor tablero posible, el PJ se esforzará en los próximos días por acelerar el lanzamiento de un libertario con apoyo de Javier Milei para la escena provincial. En una interminable danza de nombres para una eventual postulación, ahora surgió el del empresario y dirigente gremial Gabriel Bornoroni.
Esta semana podría darse un contacto en Buenos Aires entre terminales del PJ y el reducido grupo de colaboradores del “León”. Es un factor que en El Panal creen que puede ser disruptivo y “comevotos” para la oposición. Hay observadores, en cambio, que advierten que la conexión entre el electorado y Milei funciona más por hartazgo, lo que eleva el riesgo de que la jugada no sea tan lineal como parece.
La sábana corta que ve el peronismo para 2023 opera también en un plano determinante: la fecha de votación. Esa decisión se tomará una vez que haya alguna certeza electoral favorable al oficialismo. Hoy no la hay. Son muchos aún los cabos sueltos por atar. Llaryora es más propenso a adelantar. En el Panal, las dudas abundan.
Un poco de oxígeno
El gobierno provincial ingresó el jueves al feriado extra largo con dos alivios después de largas semanas negativas: el forzado apartamiento de Oscar González de la Unicameral desinflamó políticamente el gigantesco chichón que habían generado las derivaciones del trágico siniestro vial.
El otro remanso llegó con el paulatino levantamiento de las protestas en los hospitales públicos. Tras largas semanas en que la atención hospitalaria estuvo resentida y el padecimiento creció entre los cordobeses que demandan ese servicio crítico, los médicos lograron una tajada mayor a la imaginada en los albores del desacuerdo.
Aprovecharon la complejidad de un sistema que requiere de cambios más profundos, pero también de la infrecuente debilidad política de un gobierno que lucha contra el fantasma de la instalación de la figura de “fin de ciclo” que le vaticinan sus oponentes.
Enero será un mes clave. Es el tiempo que se dio el peronismo para evaluar qué saldo obtiene de gestiones que están en marcha a través de operadores opositores díscolos que esperan que esa coalición nacional y transversal de la que habla Llaryora y a la que seguirá intentando asomarse Schiaretti dé algunos frutos y les proporcione en Córdoba amparo político para ensayar un salto hacia el peronismo.