Hoy me desperté pensando en vos. Saboreo una y otra vez ese gustito de haberte visto de nuevo, un poco sabiendo que fue un sueño y otro poco imaginando que a vos te pasará lo mismo donde quiera que estés.
Nunca pude decirte muchas cosas, seguramente, por mi falta de experiencia. Era tan niña cuando te conocí, aunque gran parte de mi timidez era por tu imponente presencia, que hasta el día de hoy recuerdo con admiración y gracia.
Llegaste esa noche con tus rulos que olían siempre tan bien, exquisitamente revoloteados; me acuerdo de tu silueta en ese jean furioso y ajustado, provocativa y majestuosa.
Tenías también tu carterita diminuta, tan pequeña y coqueta que parecía que la habías sacado de algún recoveco de tu infancia, unas botas altas y con tacos infinitos que acentuaban aun más tu inmensa presencia.
Siempre que te veía entrar, me moría de ganas de ir a hablarte. Pero como estabas en tu “trabajo”, yo no quería importunarte. Esperaba escondida y atenta el momento en que te relajabas en la barra para ir a saludarte:
–Ay, pero qué muñequita más linda.
Fue lo primero que me dijiste, ¿te acordás?
–Vos me haces acordar a Julia Roberts –te dije impulsivamente, en mi nerviosismo y enamoramiento.
–¿A quién? ¿No sé quién es?
Enseguida me di cuenta de las carencias de la que todo el mundo me hablaba. Con el tiempo, pude ver con mis propios ojos cómo tu mundo se veía reducido a las noches interminables, al sobrevivir día a día, al seguir libre y escapar de la policía.
–De ahora en más, sos mi Julia Roberts. Ya te voy a traer una foto de cuando hizo Mujer bonita…
Pasaron las noches y, aunque costó, pude vencer tu escudo de mujer ruda y ganarme tu amistad. Hecho que al día de hoy me mantiene con vida, ya que cuando te conté que yo quería ser una chica trans, me acogiste como ni mis padres pudieron hacerlo…
–Vas a terminar en una esquina conmigo, ¿estás segura? –No pestañabas ni por un instante; era mi prueba de fuego.
–No quiero, no me parece justo; yo quiero ser como vos, pero libre.
Quedamos las dos por unos minutos en silencio; te sentía pensar y comprendiste más rápido que yo lo que estaba pasando:
–Estas nuevas generaciones…
Con eso lo dijiste todo. Para vos, la libertad era un sueño, una utopía, pero sabías bien que las que veníamos íbamos a conseguirlo. No hizo falta decir nada más: ya tenías una hija y yo una madre trans.
Mi Mujer Maravilla
La noche en la que mi vida se impregnó de vos era una noche de verano. Habíamos salido del bar, caminamos como siempre por las calles del Gran Buenos Aires, cuando ese coche nos acorraló. “Agarrá al flaquito… Dale, rápido, metelo adentro”, gritó alguien desde adentro.
Yo no podía reaccionar, sólo giré la cabeza buscándote y te vi sacar de tu diminuta cartera una cadena que se me hizo inmensamente grande, y así te transformaste en mi defensora, mi heroína, mi Mujer Maravilla con su lazo.
Con una mano, corriste al más grande; con la otra, le diste en la cara al que me tenía agarrada del brazo.
Huyeron rapidísimo. Vos corrías detrás el auto, que recibió varios de tus latigazos de cadena. Eras una amazona; eras una mujer defendiendo a su cría.
Ese día me salvaste la vida y me dejaste que te cuente en estas palabras.
Mi Julia Roberts salía todas las noches con sus botas inmortales, con su carterita que nunca se separaba de ella, con sus rulos colorados al viento y sus dos metros de inmensa mujer, y no tenía un enamorado millonario que la rescatara de su vida de trabajadora sexual, pues ella era su propia salvadora y también fue la mía.
* Secretaria de Género del Observatorio de Participación Ciudadana