Nueve meses después llegó el parto. El 21 de marzo pasado, la vicepresidenta Victoria Villarruel dijo: “Karina Milei es brava, yo también y Javier está en el medio, pobre ‘jamoncito’”. El último jueves 21, el presidente Javier Milei desterró a su otrora compañera política a los dominios pantanosos de la casta. Antes de cumplir un año de gobierno, se ha fisurado la fórmula que votó la mayoría de los argentinos.
Mientras el aparato comunicacional del oficialismo vende un discurso de radicalización ideológica, lo constatable es la aceleración de la concentración política en manos del Presidente. Los anatemas de Agustín Laje o el disfraz de Galimberti usado por el “Gordo Dan” sacuden la agenda pública. Pero la descalificación de Milei a Villarruel tiene efectos políticos concretos.
Una primera hipótesis a considerar es que al exonerar a su vice, Milei pensó más en Lijo que en Laje; en los hechos referidos a la postulación del juez Ariel Lijo para la Corte Suprema de Justicia, antes que en los discursos del ideólogo que propone conflagrar al país entre “buenos y malos”.
¿Es así? ¿Decidió Milei romper con su vice sólo por lo que se viene a fin de año para el pliego náufrago del juez que le vendieron como garantía de una Corte adicta? Las razones de la distancia con Villarruel son tantas como los comedidos que dicen conocerlas. Una de esas suposiciones es que Milei quiere acelerar con el nombramiento de Lijo por decreto. Y sabe que la vice no lo apoyará en el Senado.
Esa presunción se potenció con el dato de que Cristina Kirchner aportó una firma más de su tropa al dictamen de comisión que necesita Lijo para llegar a una sesión del Senado. La cantidad de firmas existentes en ese dictamen es un misterio. Lijo y el otro postulante, Manuel García Mansilla, necesitan nueve de 17. Cuando Milei presentó el pliego, el Gobierno presumía de tener asegurados dos tercios de los 72 miembros del Senado que se requieren. A días de terminar las sesiones ordinarias, la novedad es que el cuentagotas soltó una firma más para arrimarse a las nueve, en comisión.
¿De dónde surgió el dato de que la senadora Lucía Corpacci, vicepresidenta del nuevo PJ, había firmado a favor de Lijo? En Comodoro Py y en la sede de la Corte, todos miraron para el lado de Cristina. Un abrazo venenoso a Milei, como gesto devolutivo tras la expropiación de sus pensiones de privilegio. Un gesto apropiado para que se vuelva a hablar de un contubernio oculto entre los dos enemigos de la polarización.
Mientras tanto, una eventual designación por decreto de Lijo y García Mansilla demandaría un derrotero que el oficialismo no terminó de evaluar. En primer lugar, ambos deberían aceptar ese procedimiento. García Mansilla lo objetó con tono principista cuando compareció ante el Senado. Aunque ahora circulan opiniones cercanas a él, con matices distintos. Es el caso de Ignacio Arizu, profesor ayudante de García Mansilla en la enseñanza de teoría constitucional en la Universidad de San Andrés, al que vinculan con la Secretaría de Planeamiento Estratégico Normativo del Ejecutivo, que conduce María Ibarzábal Murphy.
En el caso de Lijo, debería renunciar a su cargo en Comodoro Py o pedir licencia ante la Corte, que puede resolver ese trámite interno con tres miembros.
Elección plebiscitaria
Es probable, entonces, que la tarjeta roja de Milei a Villarruel deba ser leída en una clave distinta a esa de los pliegos que Ricardo Lorenzetti prometió en la Casa Rosada como un trámite expeditivo. El Gobierno disfruta en estos días de un triunfo económico insoslayable: ningún economista serio pronosticó en el país que la inflación cedería a la velocidad actual. El Fondo Monetario admitió ese logro, casi sin atenuantes. Según el Gobierno, las perspectivas de un acuerdo renovado con el FMI son más factibles ahora. Y la baja del riesgo país permite pensar en vías alternativas de financiamiento si esas negociaciones se dilatan. La política exterior de Milei se exhibió pragmática para ayudar a ese objetivo. No sólo sumándose al retorno de Donald Trump, sino dialogando con Xi Jinping, Emmanuel Macron y Giorgia Meloni.
La estrategia opositora apostó desde el inicio del actual gobierno en sentido contrario. Supuso que la crisis económica iba a desbordar la estrecha gobernabilidad de Milei. Sus batallas parlamentarias se orientaron a modificar el rumbo económico. Milei consiguió zafar de esos desafíos con tres recursos: explotando la fragmentación política, apoyándose en el respaldo de la opinión pública y ofreciendo resultados en el núcleo del contrato electoral: la lucha contra la inflación.
En pocos días más, el Congreso ingresará en su siesta preelectoral. La fragmentación saldrá del centro de la escena y la polarización ocupará ese lugar. Milei necesita “presidencializar” al máximo la escena del año próximo. No hay espacio, entonces, para matices políticos y ese es el gesto que le envió a Villarruel.
Es la rebelión del “jamoncito“. Milei quiere ganar la elección que viene sin compartir su sello con otras marcas. El imperio de la fragmentación, que tan incómodo le fue en el primer año de su gobierno, podría conducir a la dispersión propia de las elecciones legislativas. Pero Milei quiere que se reconduzca hacia una polarización. Como si se jugara la suerte del Ejecutivo. Sin ese escenario, la expectativa de una eventual reelección se diluiría y convertiría sus dos años finales en tiempo de transición.
¿Hay riesgo de ruptura institucional tras la exoneración de Villarruel? La escena no es comparable a la de Alberto Fernández con Cristina Kirchner, porque allí la ecuación de poder estaba invertida. Dependerá en mucho de la reacción de Villarruel. También es posible que la sangre regrese del río.
Como todos los nuevos liderazgos populistas, Milei tropieza con frecuencia en la banquina de una democracia iliberal. Pero lo que a esta altura ya es una conducta permanente es la práctica del discurso “iliteral”. Lo que hoy se asegura como verdad revelada, mañana puede desdecirse sin ningún compromiso con la coherencia ni rubor por la contradicción.