Ya desde la época de Moisés, se configuraba una sociedad cuyo prerrequisito básico fuera la justicia. De no haber sido así no leeríamos en el texto de la Torá una regla divina que ordene, sin tapujos, que “jueces y policías dispondrás en cada una de las ciudades que Dios te entrega para que juzguen al pueblo con un juicio justo”.
Este precepto bíblico del libro del Deuteronomio (16:18) conforma, en cierto modo, una dupla inescindible para que el sistema funcione.
Si el Poder Judicial careciera de la posibilidad de utilizar la fuerza allí donde fuera necesaria –siempre bajo la tutela absoluta de la ley que el propio Poder Judicial custodia–, la Justicia pecaría de una debilidad tal que la tornaría incapaz de proveerle a la sociedad de semejante servicio para una democracia sana.
Del mismo modo, si el poder policial estuviera exento del control y de la dirección de los magistrados, inmediatamente se excedería en su soberanía trayendo sobre la población todo tipo de atropellos basados tan sólo en el uso inmoral de la fuerza pública.
El equilibrio necesario y extremadamente fino entre la utilización de la violencia con la legitimidad que la justifique en cada caso es una señal inequívoca de desarrollo social. Y a la inversa, todo conglomerado poblacional donde la Justicia o la Policía no goce de autoridad sobre la gente terminará inexorablemente en la anomia, en la violencia y en la anarquía.
Aun cuando algunos o varios casos de impunidad nos molesten, o –peor aún– cuando los propios criminales sean parte de los poderes que deban combatirlos, nada de eso justifica las agresiones a quienes los integran, cuya mayoría claramente es personal íntegro que cumple sus arriesgadas funciones día tras día. Por eso, y más allá de algunas broncas sociales que pueden estar muy justificadas, nunca el modo de resolución de dicha ira debe llevar a nuevas violencias. Las agresiones a los policías que venimos advirtiendo son un llamado de atención para todos nosotros, que, como ciudadanos de a pie, tenemos que encontrar en la misma ley los elementos para rectificar aquello que ha sido desviado.
En ese mismo capítulo de la Torá, está escrito: “Justicia, justicia perseguirás”. La repetición parecería un sinsentido y –sin embargo– los sabios talmudistas ven justamente allí uno de los secretos del texto. Lo leen así: “Justicia, con justicia perseguirás”. De otro modo, difícil llegar al final del versículo, que reza “para que puedas vivir”…
*Rabino, integrante del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz)