La primera ley de educación formal en nuestro país fue promulgada en 1884. Contenía fundamentos revolucionarios para la época; proponía una “instrucción primaria obligatoria, gratuita, gradual y dada conforme a los preceptos de la higiene”.
Su extenso articulado incluía tres ideas geniales:
- Accederían al sistema niños y niñas, lo que borraría el límite de género vigente.
- Lo harían desde los 6 años. ¿Por qué a esa edad? Una hipótesis convincente sugiere que era el momento oportuno para rescatar a los chicos del mundo del trabajo y alojarlos en instituciones educativas. Pero lo mejor vendría después:
- “Las clases diarias de las escuelas públicas serán alternadas con intervalos de descanso, ejercicio físico y canto”.
¡Quedaban inventados los recreos!
Recrear era “volver a crearse” entre clase y clase, al estirar las piernas, correr, cantar, pelear; en fin, jugar.
Recrearse significaba también la posibilidad de “re-creer”; en sí y en los otros.
Pasaron 140 años y la neurobiología actual considera los recreos uno de los más valiosos recursos para proteger la salud mental. (En verdad, quienes redactaron aquella Ley de Educación sabían lo que hacían).
Propuesta
Toda tarea humana se beneficia con pausas recreativas.
Basta recordar la experiencia de niñas y niños que “asistían” a colegios durante el confinamiento obligado por la pandemia. No había recreos. Todos –algunos más, otros menos– se cansaron, se angustiaron y enfermaron. Muchos siguen sin recuperarse.
Aun con esa evidencia, hoy los recreos parecen haber perdido identidad.
Prueba de ello es que los escasos momentos libres (entre trabajo y trabajo, entre tarea y tarea) son sistemáticamente rellenados con pantallas que no recrean; apenas si distraen.
Una descomunal construcción cultural de mercado convirtió la tecnología digital en un huracán de contenidos que satisfacen una nueva sed; impostada, no natural.
Con un teléfono a mano y buena carga de batería, chicos y grandes consumen sin saciarse, y pierden así hermosas oportunidades para re-crearse y re-creerse. Así, el cuerpo (el cerebro) se cansa, se queja y termina enfermando.
Resulta impensable prohibir el uso de tecnología –de probado valor en muchos aspectos–, pero sí la incorporación de recreos digitales. Pausas para estirar las piernas, correr, cantar y no enfermar.
Los momentos para disfrutar de recreos digitales aparecen cuando se recuperan ciclos biológicos que ordenan nuestro funcionamiento físico y emocional: el ciclo día/noche, el semanal y el mensual.
Se sabe que durante la noche –siempre que se logre un descanso reparador– tiene lugar la llamada “poda neuronal”, una eliminación de conexiones neuronales caducas que “limpia” los enlaces fundamentales para un crecimiento cerebral sano. Tal limpieza consolida los aprendizajes, la memoria, la capacidad de adaptación y hasta algunos aspectos del carácter personal.
¿Es posible acordar con los chicos (por qué no con algunos adultos) un recreo nocturno, con teléfono apagado, de al menos siete horas?
Cada siete días, la microbiota corporal cambia. ¿Recreo de 12 horas una vez a la semana?
¿Un tercer recreo de dos días, una vez al mes, acorde con ciclos hormonales?
No convendría proponer todos los recreos juntos; cada familia elegiría por cuál empezar y qué actividades proponer durante dichas pausas. La armonía familiar importa.
Al inicio, chicos y chicas protestarán. Estarán enojados, pero sólo por un tiempo breve; suficiente para que una buena poda neuronal los alivie.
Luego, y esto está comprobado, muchos volverán a mostrar ese rostro alegre y las ganas de jugar que nunca deberían haber perdido.
* Médico