Los cristianos de diferentes denominaciones estamos finalizando el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que nos prepara el corazón para celebrar en pocos días el misterio central de nuestra fe: la Pascua, esto es, la victoria definitiva del Señor Jesucristo sobre la muerte y el pecado.
Es un tiempo para purificar nuestras motivaciones más profundas de frente al Dios que nos ama. Es altamente significativa la parábola de la higuera, que nos describe el corazón de Dios:
“Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?‘. Pero él respondió: ‘Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás’“ (Lucas 13,6-9).
Considerando cómo es la paciencia de Dios para con nosotros, a modo de reflejo podríamos examinar cómo es nuestra paciencia para con los otros. Papa Francisco nos dice en el punto 4 de la Bula: “La esperanza no defrauda”, documento con el cual convoca para este año al Jubileo de la Esperanza:
“Estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde la prisa se ha convertido en una constante. Ya no se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias se vuelve difícil reunirse y conversar con tranquilidad. La paciencia ha sido relegada por la prisa, ocasionando un daño grave a las personas. De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón”.
Lo que el Papa afirma respecto a cada uno de nosotros es además una perfecta descripción de lo que experimentamos como sociedad argentina, lo que se respira en nuestros barrios y calles.
Y continúa diciendo el Santo Padre: “Si aun fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán esencial es la paciencia. Aguardar el alternarse de las estaciones con sus frutos; observar la vida de los animales y los ciclos de su desarrollo…”.
Redescubrir la paciencia hace mucho bien a uno mismo y a los demás, sana los corazones, sana nuestras relaciones.
*Sacerdote católico. Miembro del Comité Interreligioso por la Paz (Comipaz)