La vida de Ricardo Rodrigo Amar merecería una serie de Netflix. Imposible imaginar que una sola persona haya vivido tantas vidas en una sola. Nacido en Banfield, provincia de Buenos Aires, hace 79 años, hizo el bachillerato en dos y la carrera de abogacía en otros dos.
A los 17 era casi abogado y ya se había casado. A esa edad también se fue a Cuba a recibir instrucción militar que compartió, entre otros, con Dilma Rousseff. Después dirigió la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional) y cuando abandonó las armas, se instaló en Barcelona en 1970.
Allí, lejos de la nostalgia del pasado, se psicoanalizó 22 años y fue amigo de la hija y el yerno de Lacan, dirigió la editorial Bruguera y fundó RBA (Rodrigo, Balcells, Altarriba), la tercera más importante de España, con la que publica libros, revistas y coleccionables.
–¿Le queda algo de argentinidad después de 55 años de vivir en España?
−No me considero ni argentino ni español. Odio los nacionalismos. Mi hermano mayor murió cuando tenía 21 años. Yo lo acompañaba a todas partes y, por eso, mis amigos eran ocho o 10 años mayores. Y así hice el bachillerato en dos años y casi terminé abogacía en otros dos. Ana, mi primera compañera y madre de mis dos hijos mayores, era mi vecina en Banfield. Las casas de nuestros padres eran contiguas y su familia y mis padres eran amigos.
−Imagino que fue en la facultad donde comenzó su militancia política...
−La Facultad de Derecho era en ese entonces la más politizada. El Sindicato Universitario era de derecha y lo dirigía Graci Susini, y el Movimiento Universitario de Derecho reunía todos los militantes de izquierda. Curiosamente, después de dejar la facultad, Susini sería el jefe de la Policía y yo del ELN. En aquel momento nos pusimos en contacto con las organizaciones de otras universidades y empezamos a hablar de lucha armada. Me resistí a asumir la dirección mientras Illia era presidente, pero después del golpe de Onganía, ya no dudé. No di las últimas materias porque me llamaron de Cuba a fines de 1966. Viajé a la isla sin acabar la carrera, tenía 17 años, pero todos dicen que soy abogado.
−¿En Cuba lo conoció al Che Guevara?
−Sí, empecé a militar con el Che. Mantengo la misma admiración por él que tuve desde el primer día y me alegra haber luchado a su lado. En cambio, ya entonces, Fidel Castro me parecía despreciable, como después (Daniel) Ortega y (Nicolás) Maduro. Creo que Cuba, la URSS y la CIA fueron nuestros auténticos enemigos. Intenté durante años demostrar eso, tengo cientos de páginas de archivos de la CIA y de documentos de la Policía y el Ejército argentinos, pero nunca conseguí que nadie testimoniara contra Cuba.
−¿Por qué abandonó la lucha armada?
−Como jefe del ELN, dirigí la lucha armada en Argentina. Estábamos coordinados con Bolivia, Uruguay, Brasil y Chile. Después del asesinato de Inti Peredo, al frente de la Guerrilla de Ñancahuazú en Bolivia, en noviembre del ’68, del de Carlos Marighela, jefe de la ALN (Ação Libertadora Nacional) de Brasil a las semanas; en mayo del ’69 matan al chileno Elmo Catalán y en agosto detuvieron a toda la dirección de los Tupamaros uruguayos. Hubiera sido imposible descabezar el movimiento de todos los países sin la participación activa de Cuba. Entonces se empezó a hablar de la lucha armada nacional, no continental, y ese planteo se alejaba de todo en lo que había creído y renuncié.

−¿Cómo hizo en la práctica para empezar de nuevo?
−Me salvé porque mi segunda era una alemana que, después supe, trabajaba para el G2, la inteligencia cubana, después de compartir tantas cosas en la selva y salvarnos la vida mutuamente, éramos amigos. Llegué a España en septiembre de 1970. Fuimos a vivir con Ana y mis dos hijos a Castelldefels, donde me encontré con muchos argentinos y latinoamericanos. Necesitábamos trabajar y el azar vino en nuestra ayuda. Un conocido era finalista del premio Barral y me pidió que lo acompañara. Julio Cortázar era el presidente del jurado que integraban Gabo García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Yo lo conocía a Julio de mi infancia porque vivía en mi barrio, pero nos hicimos realmente amigos en Cuba. La última noche que pasé en la isla, cenamos Aleida March, viuda del Che, Julio y yo. Cuando me vio aquella noche, me llevó a un rincón y me pidió que le explicara lo que había pasado. Todos quedaron intrigados porque demoró el acto más de una hora por hablar conmigo, que era un joven desconocido, tenía 23 años. Al término del acto, casi todos me invitaron a su casa, y Julio le pidió a Carlos Barral que me diera trabajo. Así empecé a trabajar en el mundo editorial.
−¿Cómo fue su vida en España? ¿Se acomodó al calor del capitalismo?
−Siempre trabajé aquí con la izquierda y no me considero capitalista, creo que el capitalismo nos está llevando a una situación trágica. Trabajé con Carlos Barral algo más de tres años, pero cobraba muy poco para mantener a mi familia. Entonces me ofrecieron el cargo de corrector tipográfico en Bruguera, pero cobraba menos que el conserje. Con Ana trabajábamos como ghost writers, escribiendo novelitas del Oeste, novelas románticas y policiacas, y horóscopos. Aunque vivía (Francisco) Franco, el ascenso social funcionó. Dos años después, era el director editorial. Publicamos El otoño del patriarca y Amor en tiempos de cólera, de Gabo, una nueva antología de Borges, las dos últimas novelas de Juan Carlos Onetti, padrino de mi actual compañera, a Juan Rulfo y tantos otros. Francisco Bruguera fue mi maestro en la edición. Cuando se retiró, dejó la gestión editorial en mis manos, pero no nos entendimos bien con sus sobrinos, por lo que dejé Bruguera y formé RBA (Rodrigo, Balcells y Altarriba). Publicamos coleccionables, libros y revistas.
−¿Cómo imagina el futuro?
−Según Bill Gates, la IA evolucionará en cinco años lo que internet tardó 15. Podría crear amenazas que hoy no somos capaces de imaginar. Estamos ante un cambio de época: cambio climático, escasez de recursos, pobreza inadmisible, enfermedades (el Covid solo fue un primer aviso) y falta de gobernanza global. Las tres potencias, Estados Unidos, China y Rusia, en decadencia, un crecimiento demográfico explosivo en África donde gobiernan los señores de la guerra. Da pena ver la agonía de la ONU, el G-7 y el G-20, siempre luché contra ellos, pero no conozco a ningún historiador que no afirme que las tiranías son mejores que las anarquías.